Photography by Meritt Thomas.
26 de septiembre del 2021
A hoy, creo que nunca se me va a olvidar mi primera paciente, ni mi primer cactus.
Cuando empecé a realizar consultas, un allegado me regaló un cactus; creo yo, que para buen augurio profesional. Era pequeño y tenía apenas 2 flores. Aunque sorpresivo, le tomé por gratitud, ya que no había tenido mucho carácter de responsabilidad para cuidar de plantas, y menos en mi despacho.
Se morían antes de tiempo, no crecían lo suficiente como para salir de su tierra, y cuantas situaciones me sucedían. Sin embargo, cuando llegó ese cactus a mi oficina, comenzaría, sin darme cuenta, a ser el epicentro de lo que transversalizaría a todas mis pacientes; defensas e introspección.
En el instituto, logro evocar que a los más pequeños nos llevaban a los bosques cercanos para comprender de cerca la naturaleza. Y dentro de ese salvajismo natural, una vez, el profesor que nos acompañaba en esa jornada, agarró un cactus para presentarlo. Acogidos en el éxtasis de lo desconocido, no nos atrevíamos acercarnos tanto por sus peculiares puntas. Diría él -"Esto, niños, es una planta bastante única" - "Crece donde hay poca vida, pero es capaz de sobrevivir a cualquier circunstancia". Explicaría también, que, pasado el tiempo, cambiaron sus hojas por espinas foliares, y a su vez, lograrían adaptarse al ambiente, para vivir meses sin agua.
Poca atención le presté a lo que dijo, porque nunca había visto una planta que se defendiera tanto a sí misma, como para colocarse tantas espinas. Pero desde ahí, quedé embelesado con su estética salvaje y agreste. Que tiempo después, me serviría como instrumento para abordar terapias.
Mariana acudió impávida y sin más expresión que la de una persona que sabe que se verá expuesta. Tal parece que todos los pacientes comparten una cosa; el instinto que precede a la razón de comprender los fenómenos que no entienden en su vida psíquica. Luego de entrar mirando al piso, llegó, se sentó, y sin saludarme me preguntó -"¿Cree usted que alguna vez reventaré por guardarme tantas cosas?" - y luego de que ella estuviera a punto de llorar, le respondí -"Ya reventaste, y por eso estás aquí".
La paciente tenía la particular forma de reaccionar agresivamente con su familia y con todo aquél que se atreviera a ponerla en una posición vulnerable. Hablar de sus intimidades y de cómo se sentía, desde su sinceridad y genuidad, le hacía sentir exhibida... como si tuviese el presentimiento de que usarían eso en su contra.
En un momento de la sesión, me centré en el cactus que estaba a la derecha de la mesa, junto a los pañuelos. Mirándolo, lo agarré y le mencioné que las personas, somos como los cactus. A veces tenemos muchas espinas para defendernos del mundo exterior, e incluso del interior. Que a veces explotamos, pero que muchas otras veces, implotamos sin darnos cuenta. Y que como los cactus, tenemos muchas defensas; está en nuestra naturaleza emocional. -Muy probablemente si te pido que lo tocaras, no lo harías. Pero si te digo que detrás de todo ese mundo de espinas, se resguarda lo que en realidad le da vida al cactus, ¿Lo seguirías viendo de la misma forma?- Esa eres tú.
El ser humano en su evolución emocional, adaptó la más funcional estructura para protegerse del ambiente mental; los mecanismos de defensa psíquicos. Todo aquello que nos hace suavizar, evadir o confrontar indirectamente algo que nos aflige.
La otra parte del asunto, se centraría entonces en cómo afrontamos tales circunstancias de vida. Los mecanismos nacieron para y por el supuesto "bienestar" mental. Es el cerebro, protegiéndose de la reflexión exterior. Es ahí, cómo la espina humana, actúa como mecanismo de protección frente a la posibilidad de exponernos; vernos vulnerables en ambientes hostiles es impensable... hasta que lo hacemos consciente y comprendemos que hay mucho más por descubrir si somos auténticamente genuinos con nosotros mismos.
Hay quienes nos refugiamos en el silencio, y otros en los gritos. Hay quienes le echan la culpa a los demás, y otros se alejan y se distancian para no enfrentarse al problema. Otros se encierran en sí mismos, y muchos otros direccionan lo que les aflige en placebos y sustancias para evadir el confrontarse a sí mismos. Racionalizar e intentar dar lógica a un situación conflictiva, puede ser un mecanismo de defensa, como llorar también. Fumar, tomar, orar, estudiar, escuchar las posiciones de otros, e incluso el humor y la risa también son un tipo de defensa.
Y es menester decir qué, hay mecanismos de defensa más funcionales que otros. No hay mecanismos buenos o malos; hay mecanismos que les sirve a cada quien. Hay quienes les sirven unos, y hay quienes les sirven otros. Hay personas que viven toda la vida con ellos, y no se dan cuenta hasta que se les menciona. Sin embargo, lo más bonito de descubrirse a uno mismo en el arte de pensarse, es saber que la respuesta, está en el problema mismo.
Pero a la final, somos nosotros mismos los artífices de cómo queremos afrontar lo que nos moviliza.
Tener defensas no es lesivo. Pero lo que sí se convierte en un concomitante de este, es no ser conscientes de cuándo empiezan a problematizar y ser una barrera para nuestro saludable desarrollo de vida.
Si llegamos a defendernos tanto, el no permitirnos explorar y vivenciar el duelo, el dolor o las enervantes situaciones que acontecen en el ecosistema mental, podremos llegar a lastimarnos a nosotros. Hay ramificaciones de cactus que al crecer, viran hacia el mismo tronco, punzando poco a poco su mismo ser orgánico.
Todo es un equilibrio. Hay que saber cuidar de sí mismos. Regarse, consentirse, y podarse también cuando sea necesario. No tengamos miedo a fisurarnos, ni a chuzarnos. A veces ese punzón te está diciendo algo que no has podido sentir. Y como era de esperarse, la naturaleza sigue empeñándose en mostrarnos la vida humana en ella. Como cactus, humanos; unos más espinados que otros.
El cactus aún lo conservo, aunque ya viejo, sigue teniendo espinas. Algunas veces me chuzan al pasarlo de matera o cambiarle la tierra. Pero siempre que lo miro en mi buró, me recuerda a todas aquellas espinas que abracé de mi vida pasada.
Y ustedes... ¿Qué espinas creen que tienen para defenderse?