Confiar en el tiempo del destino, es saber que la fe es una linterna y las decisiones los pasos de la vida.
Photography by Nathalia Segato.
Photography by G T.
02 de julio del 2022
Siempre seremos hilo; sólo que nos toca decidir si hilar o descoser.
¿Qué tendrá más valor?, ¿El resultado de una prenda, o el proceso de hacerla?; ¿Qué será más complicado?, ¿Saber cómo quedará, o la impresión al verla? me respondería mi abuela estando viva, "¿Y vos para qué te preocupas tanto? mejor ponétela, y disfruta de cómo te queda mijo"
El olor a plátano, a perfume de antaño maderoso y a tela guardada, siempre me rectificaban que me encontraba en la casa de mi abuela. Una máquina estática del tiempo, una fotografía de los 40's era lo que reflejaba toda su casa.
Bisuterías, vajillas de porcelana y vestidos de flores. Muñecas, y artesanías de colores, eran objetos que guardaban el paso del tiempo de uno de esos lugares en que se sabía a qué hora uno entraba, pero se olvidaba de la salida. Una esfera en el tiempo de lo ilógico, cuando las horas y los minutos se recostaban conmigo en los cubrecamas de hilo, y se acobijaban con las mantas de tela y figuras geométricas. Mi abuela cosía y tejía para distraerse; aunque yo creo que lo hacía más para dejar pedacitos de ella en el tiempo de otros.
Me enteré que dejó de coser, cuando sufrió su ataque al corazón, y la empolvada máquina quedó como un inmóvil pasado al lado de la cocina. Luego, se dedicó sólo a tejer. Le parecía más práctico, menos invasivo y se distraía del sonido que le producía su marca pasos. Me enseñó que los tiempos de la vida, como del tejido, tienen que respetarse y abrazarse; decía que en ocasiones se sentía triste por la soledad, y dejaba un gorro a medias; pero seguía con una porta vasos. Recalcaba siempre que cada tejido que hacía, tenía una historia emocional detrás. Aunque para ser sincero, nunca en ningún proyecto se veía su impresión del estado de ánimo, sino que cuando contaba el proceso de cómo lo hizo, uno se daba cuenta que habían trazos y figuras con un mensaje específico. Unas figuras reflejaban amor, otras remordimiento, y la mayoría gratitud.
Solía regalar casi todo. Mencionaba que no regalaba hilos entrelazados, ni prendas coloridas; regalaba momentos. -Mita, ¿Pero qué puedo regalarte yo, si no sé cocer, ni tejer?- preguntaba yo con 7 años, y un plátano con queso en la boca. - Tu compañía, mijito. Cada vez que venís, me tejes el alma-.
Mi abuela me enseñó que en ocasiones nos toca agarrar la aguja y hacer los detalles por nosotros mismos. Y otras, utilizamos un instrumento más afinado; una máquina dirigida por la visión de qué queremos hacernos a nosotros mismos. Somos máquinas, y también somos los hilos. Enmendamos, atravesamos a unos, arreglamos a otros; y en esa travesía costurera, se moldea también a uno mismo.
El hilo y el tejido nos enseñan que somos capaces de unir. A veces nos tienen que ayudar manualmente a encajar las piezas correctas, y otras veces nos enseñan dónde es suficiente cortar, cuáles son nuestros límites y qué tanto solemos aguantar el peso del algodón. Hay fibras que nos mueven más que otras. Cadenas de hilos que llevamos atados por mucho tiempo, sin reconocer que es un apego. Unos deciden seguir unidos, y otros deciden hacer su propio hilo; porque si lo pensamos, un hilo son la sumatoria de muchas fibras... no tan lejos de lo que nos recrea y nos significamos como seres vivos. Somos el hilo, de la máquina de la vida. El destino como guía, y nuestras decisiones como trazos.
Sí, habrán momentos que se cortarán, otros prendas en las que nos tocará reconstruir de nuevo la pieza, pero esa es la confección; más bien la vida humana. Dejarse tejer emocionalmente, y conocer que se puede enmendar lo que está roto. No siempre se estará dispuesto, tampoco siempre seremos del grosor o el color preferido... pero sí siempre sabremos del material que estamos hechos.
Sí, hay texturas que no son fáciles de penetrar y agujerear con nuestros pensares y discursos. Otros, fácilmente encajarán con nuestra visión de vivir. Ambas enseñan lo que nos distancia y diferencia entre la empatía, la resistencia y el aceptar que cada proceso toma su tiempo de entender. Soltar procesos, y agarrarlos cuando tengamos firmeza en las manos del perdón. Cuando mi abuela terminaba de cocinar plátanos, agarraba el hilo, la aguja y un pedazo de retazo, y siempre me enseñaba que no es la costura, sino el costurero. No es la máquina, sino cómo uno sepa usarla... no es la vida, sino cómo uno sepa y goce vivirla.
De retazos en retazos es que uno recuerda quién fue. La memoria funciona más anudada cuando se hila con una emoción agradable o desagradable. Los retazos no son las sobras, son los testigos de lo que trajo el esfuerzo del proceso. Unas personas sirven de retazo como para hacer nuevas historias en la nuestra, y otras se quedan solamente como aquella que permitió tejer una parte del proyecto, pero que ya no necesitamos incorporar nuevamente.
En ciertas circunstancias de la vida nos ponemos accesorios que no necesitamos, por miedo a mostrar lo frágil de la tela personal. Y otras veces nos embellecemos con tejido más suave y liviano; lo genuino de encontrarse en la personalidad que quiere ser, y no qué o quién quiera mostrar.
Definirnos en un tipo de trazado nos da valor, pero limitarnos nos quita el valor de lo creativo que podamos llegar a ser. En el destino existencial, no hay lápices blancos que encaminen por dónde cortar, ni orillos que nos hagan focalizar el tramo; mas es uno quién va cociendo a pulso lo que la experiencia y la práctica demanda. Pensándolo desde la consciencia y la inconsciencia, somos manos con cortadas, y las prendas finales que queremos exponer ante los ojos de quien quiera vernos. La abertura deja entrever lo genuino, cuando nos dejamos abrir los hilos de la defensa y el miedo. Hay arrugas de tela, y arrugas de piel.
Al final del tejido, habrán quedados las más detalladas, enmendadas y sobre todo significativas prendas para usar; esas experiencias, emociones, situaciones, pensamientos e instantes que dejamos impregnados en otros. Porque nos usan, usamos y nos dejamos usar. Usémonos como canales y puentes, como agujas o tijeras, como hilos o como máquinas, y encontraremos que seguiremos simbólicamente, aún después de que no estemos físicamente, entretejiendo vidas humanas a lo largo de los años.
Como mi abuela, y como yo, que heredé su forma de concebir el mundo, transformamos el dolor y el sufrimiento en arte. El arte de mi escribir, es tejer historias y cocer anécdotas.
En la prenda final, cuando ya nos quede poco hilo de dónde agarrar, y poca tela qué coser, entenderemos que la vida textil ha terminado. El acabado no sólo es la muerte, sino la inmortalización del arte humano. Ya los proyectos que hicimos, van vestidos de experiencias, pensamientos, recuerdos; unos se llaman hijos, otros amigos y parejas. Cada envestidura quedará con aquél sello y corte que impregnamos en aquellos que se dejaron permear por nuestros trazos, nuestra mano y sobre todo por nuestra historia. -Abuela, aunque no te encuentres tejiendo en la tierra, siempre te veo cocer las estrellas-
Y ustedes... ¿Qué presente están tejiendo?
Photography by Jon Moore.
03 de abril del 2022
La sangre del concreto, expone la sensible capa de cemento.
Desde que comenzaron a reparar por primera vez las fugas de nuestra anterior vivienda, me di cuenta que las tuberías, son como las venas que inervan la sangre a los diferentes órganos de una casa.
Los pulmones como ventanas, el rostro como la fachada, las puertas como ojos, y el comedor, como aquél corazón que bombea los motivos principales para que el hogar se mantenga.
Al igual que nosotros entonces, una casa ha de mantener una vascularización óptima, para que pueda ser habitable y vivible.
En la primera casa que vivimos, en épocas de invierno, como no tuvimos el suficiente recurso económico para reparar las fugas, las reparaban a medias. Y en tanto, en el pueblo que vivíamos, quienes decían saber de tuberías y válvulas, no arreglaban del todo el problema. Entre que lo dejaban a medias, o no profundizaban en el origen del reguero.
Sin embargo, aquella mañana de un jueves corriente, tocó a la puerta un señor de mediana edad. A juzgar por las heridas que traía en sus dedos, el olor a pegamento industrial y la caja de herramientas, se pudiese decir que sabía de plomería. Reinaldo, dijo que se llamaba. - Vengo por lo de las fugas-. Aunque hubiese sido una muy buena casualidad, en ese mes no pudimos contactar a nadie. Por la frustración y el cansancio de todos, decidimos no preguntar más allá de su trabajo y dejamos que hiciera otro arreglo, o "más daños". - Un familiar me contactó. Hace años que ya no hacía este tipo de trabajos, pero Noriana es una buena amiga mía- y añadiendo, respondió - y me dijo que el problema de ustedes persistía-.
Sus pasos eran lentos. Tenía una mirada fija, y era cuidadoso con sus herramientas. Miraba las paredes, los baños y la cocina. Se acercaba a las paredes y tocaba su mejilla y oreja contra la pared para escuchar el flujo del agua. Palpaba, trazaba líneas y garabatos. Al final, encontró un pequeño paño de agua al lado de mi habitación. Ahí nos dimos cuenta entonces de por qué empeoraba tanto mi asma.
Mientras comenzó su trabajo, preguntó - ¿Cómo te llamas?- a lo que yo añadía con curiosidad, - Me llaman Alejandro-. Y mientras hacía cortes, y abría un hueco en la pared, me mencionó. - Yo hace muchos años, Alejandro, aprendí que las paredes son como las personas- antes de yo preguntar, él mismo se respondió. - Alguna vez conocí a una persona que era muy dura con ella misma. Se guardaba todo, no sabía cómo lidiar con su sufrimiento, y optaba por evadirlo- mientras sacaba más herramientas, y utilizaba una por una, continuaba. - hasta que en algún momento, acumuló tanto resentimiento, que intentó colgarse en su baño. Lo que lo salvó, fue que el tubo no estaba bien instalado, y terminó en el suelo de su baño, con toda el agua derramada en el piso- y mientras hablaba, observé cómo una fuga tan "pequeña", pudo abrir un hueco tan grande en la pared. - Fue así cómo tuvo que abrirse, para poder arreglarse-. Y terminando de decir la última frase, apretó una última vez la tuerca de unión y acobijándola con una capa de cinta blanca, cesó el agua.
Las fugas, son como los síntomas. No solo se interpretan o se califican desde la "negatividad o lesividad" de una singularidad; sino también, expresan "positividad y salubridad" en casos particularmente contextuales. Las fugas se entenderían no sólo como un conflicto, sino como una oportunidad de cambio; una aproximación a una realidad diferente, más transparente, más genuina, más real.
Al igual que las fugas de agua en una casa, no se empezarán a notar hasta que empiece a presentar "síntomas" significativos; o en este caso, causas de origen hídrico. En tanto, cuando incremente el servicio del agua, o cuando las habitaciones se empiece a sentir más frío o húmedo el aire. Cuando nos enfermemos más de lo habitual, o nos cueste respirar, sería entonces cuando anudaríamos una posible causa de nuevas afecciones.
Podremos entonces sabotearnos, engañarnos nuestro propio psiquismo. Pintaríamos sobre la fuga, taparíamos aquellos huecos, e incluso hasta cambiaríamos de concreto si es posible; mas nunca evitaremos que se sigue filtrando una emoción o idea detonante, hasta que nos arranquemos las paredes del miedo, despintemos nuestras falsas ideas, y destapemos el hueco de lo que incomoda y desagrada, para encontrarnos de frente con la oportunidad de consciencia y mutación emocional.
Hay que destruirnos para volvernos a construir. En la dinámica de la funcionalidad de "sanar" desde una noción ulterior, interna, habrá que traspasar, fragmentar y quebrar esas duras capas del cemento psíquico, y reparar la estructura emocional que se fisuró, y comenzó a filtrar en la conducta. Cuando un conflicto no se trata, empezará a ahogarse más y más, hasta que empezará a filtrarse a través de otros canales. La tristeza, la melancolía, la rabia, la ira, la soledad, el aislarse, el silencio, la evitación, todo este tipo de fenómenos y fugas que aparecen cuando el origen inicial está demandando una atención y sanación.
Una vez reparado, la tranquilidad y la serenidad, la transparencia y la inteligencia, la calma, la sinceridad, como el perdón, empezarán a emerger y prepararse para la construcción de nuevas fuentes de conocimiento mental. A veces las personas se aferran tanto a las memorias, que se les olvida hoy hacerlas. Por estar distraídas en evitar, no prestan atención en reparar.
Por eso y más, los si apenas pequeños puntitos de agua, revelan toda una inundación detrás. El llanto si apenas revela algo al interior de la arquitectura mental. Y al igual, el silencio y la negación, avistan situaciones más profundas y agigantadas. Es en tanto el por qué visualizamos comportamientos ligados a emociones desagradables; ya que nos muestra, nos enseña, nos exhibe y expone que hay algo más grande detrás del paño, del brote, de la humedad; ese antecedente que ya se está ahogando por dentro y en tanto desnuda caminos de salida; estados y humores.
Ahí, es cuando percibes el agua psíquica filtrándose por todos tus discursos, pensares, manías, actos y comportamientos. Se dan cuenta entonces, que las capas de pintura defensiva, y el concreto grueso, revelan paulatinamente las afecciones ulteriores de lo no resuelto.
Aquellas cañerías mentales que se fisuran y se rompen desde adentro, comienzan por expresar tibiamente las represiones ya aguadas de ansiedad y de depresión. Hay fugas que significan las pérdidas, otras la personificación de los falsos ideales, los deberías; o por otro lado, otras ansían desbordar toda la presión de ser quienes quieren ser, sin juicios, sin creencias ajenas, sin máscaras o paredes de mentiras.
Estas empiezan afectar no sólo a la edificación misma, sino a quienes habitan allí. Así, como lo que cubre la pintura y el cemento, el humano esconde y reprime con el tiempo. Los cercanos, somatizarán el sufrimiento y será cuestión de tiempo el desarrollo de otras fugas. Habrán quienes pretendan evadirla antes que aceptarla y transformarla; pondrán pintura, o secarán los parches en la pared. Otros, en algún momento asumirán los rescoldos y residuos de antaño, abrirán los huecos necesarios en aquellos concretos de resistencias y remediarán sus fugas, como las de otros que se vieron afectados.
Al terminar, dijo que le debía un favor a Noriana y no nos cobraría. Dándole las gracias y llevándose una canasta de panes que mi mamá le regaló, en la puerta se volteó y me llamó -Alejandro- mostrándome su antebrazo con cicatrices y cortadas, me dijo - Yo ya pude arreglar las fugas que tenía-
Y ustedes... ¿Ya arreglaron esas tuberías emocionales?
Photography by Jr Korpa.
02 de febrero del 2022
Las ramas no conocían su propósito, hasta que dieron fruto.
Hace muchos años, crecí con una de esas historias que deambulan por las paredes, calles y generaciones de la ciudad. Y la verdad es que, nunca me vi tan involucrado, hasta ahora que supe que un rayo lo quebró.
En el conjunto donde viví los primeros años de mi vida, siempre ha existido un árbol. Lo extraño y un tanto paradójico, es que todos los caminos peatonales de la vecindad, confluyen en el centro, donde se ubica "Marión", el árbol de mangos. El apodo se lo atribuyó una amiga de infancia, que decía que se parecía a su tía "Marina" cuando se sonrojaba y se le ponía roja la cara.
Se dice en las historias que cuentan los más antiguos vecinos, que cuando los primeros inquilinos llegaron para construir sus casas, ya estaba una planta pequeña. Mencionan que nunca se dieron cuenta que era una mangifera, hasta después de 4 meses, que empezaron avistarse pequeñas peloticas rojas. Ahora sé por qué papá siempre hacía jugo de mango.
Algunos dicen que tenía 43 años, otros que 65, mientras que unos dicen que le perdieron la edad, pero que sobrepasaba los 80 años. Sin embargo, la parte neural de la historia no sólo es cómo llegó allí, sino el por qué hace eco su historia. Y es que, siempre se dijo que el árbol escuchaba todo. Las conversaciones de transeúntes que pasaban, algunas niñas confesando su amor, otros tallando nombres, otros abrazándolo y hablándole, unos tantos le contaban sus penas, y hasta había quiénes se acostaban a su lado. También se llegó a decir que con el viento, si escuchabas detenidamente, te decía consejos por el ruido que hacían sus hojas al chocarse unas con otras; que decía lo que uno tenía que escuchar y justo cuando lo tenía que escuchar.
Creo que en algún momento, todos hemos sido ese o cualquier árbol. Unos somos más altos, otros más pequeños. Algunos tenemos marcas, otros sólo con las que nacemos. Hay algunos que tienen muchas ramas e historias, y otros que por sus raíces y comienzos, asombran. Si lo pensamos, seríamos como cualquier otro; damos sombra a quiénes la necesitan y la buscan, nos alimentamos del aire que otros sueltan, recogen los frutos que proveemos, nos regeneramos de la misma agua, nos reconocen por nuestra apariencia, y hasta de guías y referencia servimos.
Como los árboles, siento que nosotros como humanos podemos notar nuestro tiempo de vida en ellos. Las raíces, en su caso, nos indican un pasado, una historia inicial e interna. Aunque estando aún las primeras, unas ya dejaron de irrigar o proveer vida al tronco; ya que, como el pasado, algunas memorias quedan vívidas por muchos años, y otras se olvidan y secan. Con el tiempo, sobreviven las más fuertes y rígidas raíces; esas, son las que sostendrán al árbol para toda la vida... o también a nosotros.
Los humanos tenemos raíces psíquicas. En algunas ocasiones, no son tan perceptibles. Están más allá de la consciencia social o los juicios morales. Así, como ellas, hebras y raíces como nuestra crianza, los recuerdos de antaño, las primeras enseñanzas, experiencias trascendentes y creencias que transforman, son las más importantes, las que nos mantendrán en el rumbo de lo que queremos forjar para nuestro destino. Aquellos valores y motivaciones que nos aferramos a la tierra con firmeza y convicción, serán los más sólidos cimientos de nuestra existencia.
Como sus inicios, el árbol y nuestras vidas mundanas tienen la más real existencia cronológica. El tronco, las ramificaciones, el eje central de la vida natural y sus hojas, tienen un carácter de tiempo presente. Es lo que se ve y lo que se palpa. Lo que se vive, es lo que uno percibe en el ahora, en el momento. El color y tamaño de su base, lo largo de sus ramas y la cantidad de maduración de sus frutos. Así, como los humanos, el único tiempo que se puede apreciar y vivir realmente, es el preciso hoy. Lo que respiramos hoy, lo que vivimos hoy, lo que vemos ahora, lo que pensamos ahora, y lo que experimentamos en este momento. ¿Cómo estoy ahora?, ¿Qué veo en este instante?, ¿Qué es lo que percibo en el momento?, ¿Cómo estoy viviendo hoy?, ¿Me siento grande, pequeño, feliz, triste, satisfecho, cansado?... pero hoy, ¿Cómo?
Ya una vez vividos en dos tiempos, de lo que inició y lo que inicia, falta lo que iniciará. Como nuestras aspiraciones, metas, objetivos y proyecciones, los frutos son el resultado de lo que alguna vez formó el pasado, desarrolla el tiempo presente y durante el proceso de vida, se logró con el futuro esperado.
Las estaciones y los cambios son parte de integrar el viaje y la travesía de vivir. Toda vida trae cambio, y todo cambio es una transformación, no una maldición. Lo que queremos hacer de nuestra vida frutal, es lo que recibiremos en nuestro destino natural. El tantísimo deseo de ser, de crecer, de regarse, de expandirse, de aflorar, de abrirse y de comprender la potencia de nuestra vida, es lo que orientará la próxima llegada de lo que se sembró.
Desde la vista del árbol, como en la de cualquier otra ser, podemos apreciar los diferentes momentos de vida. Unos más mentales que otros, pero siempre se puede visualizar y comprender el camino que se trazó, que se traza y que se trazará. Los tres tiempos de vida, nos dan una historia (en el pasado), una certeza (en el hoy), y un misterio (en el futuro). Ese es el ciclo del tiempo, pero todo, desarrollado desde el presente. Si hoy comprendí mi error, en el ayer seguramente será una enseñanza, y probablemente en el después sea una segunda oportunidad. Esas son nuestras estaciones.
Cada ser, como humano o árbol, tiene su tiempo. Incluso, trasladándolo a cualquier otro contexto, todo tiene un ciclo, un comienzo y un final. Entender, asumir y aceptar el tiempo, como también el cambio en la vida, es darle más valor a ciertos momentos, y comprender lo perecedero.
Tiempo después, escuché que luego de recoger lo que quedó del árbol, limpiaron y arreglaron la siembra para poner otro mangifero. Así que, en honor a Marión, decidí ir al mercado, comprarme un jugo, y aprovechar para llevarle mangos a papá. Nunca supe su valor, hasta ahora que brindo por los años de vida de aquella planta enrojecida que nos acobijó a niños, jóvenes y adultos en el tiempo de su historia.
Al entrar, pregunté si tenía mangos. -Claro mijo, nunca faltan- me respondió la señora, y ofreciéndome de cuáles quería, me dio a escoger qué color y qué tamaño.
Agradeciéndole por la atención, agarré como 4, y después de tomar el primer sorbo en aquél vaso de plástico, sonreí y me dijo -Hay cosas que nunca cambian, ¿Cierto muchacho?- a lo que después de tomarme el segundo sorbo le respondí, -Quizá y no es la fruta, Doña Marta, sino lo que uno siente cuando entra-.
Si uno lo piensa detenidamente, seguimos viviendo, aunque dando y quitando vida, en gran parte, es porque seguimos consumiendo constantemente otras. No estoy seguro si la similitud entre nosotros y los árboles, es meramente una coincidencia; creo más bien que es una especie de evolución camuflada en el juego de la vida.
Ahora sé que la vida no sólo está ahí para vivirla, sino para pensarla también. Entiendo que esta, entra por la boca, por las memorias, por lo que dijimos, por lo que hicimos o incluso por el oído también, quizá y vida... da vida, o ¿Por qué será que uno queda en boca de otros?
Y ustedes... ¿Ya saben qué fruto dan?
Photography by Cottonbro.
1 de diciembre del 2021
A veces es más fácil digerir una pastilla, que un pensamiento.
"-Señorita, ¿Y esto cada cuánto se tiene que tomar?- Joven, tiene que leer las indicaciones; ahí le dice qué, cuánto, cómo y cuándo-".
Salía yo confundido de la farmacia, como de costumbre por esos días. Con una bolsa de "Dulcetillas", como le decía mi tío Aimar a las pastillas; ah, y en la otra, un montón de recetas y garabatos.
De camino al bus, me pregunté llegando a la estación, ¿Uno cuántas pastillas se habrá tomado hasta ahora?, o mejor, ¿Cuántas palabras habrá dicho y escuchado en lo que se lleva viviendo?
Antes de montarme, vi una valla anunciando un nuevo fármaco; siempre se le ven sonrientes a las personas que viven en esa imagen publicitaria. En tanto, luego de incorporarme en la silla, me imaginé toda la publicidad pero cambiando el nombre de este, por otras palabras. "La nueva (vida que quieres llevar) está al alcance de tus manos. Este (punto de inicio), te ayudará a sobrellevar cualquier dolencia que tengas en el cuerpo", y me asusté cuando terminé de fantasear, porque tenía más lógica el cambio con las nuevas palabras, que con el nombre del producto; para un cóctel de pastillas, mejor un juego de palabras, pensé.
Una vez dentro, empecé a leer la fórmula o aquél nuevo diccionario. Que Fluoxetina de 20mg todos los días, cada 8 horas. Sertralina de 25mg, en las noches para que pueda dormir, vitaminas de las cinco primeras letras del abecedario y lo otro no lo terminé de leer pero decía que 30 pastillas. Después de reírme, me di cuenta que quería más, aprenderme las palabras de todo el abecedario, que tomar pastillas de todo un recetario.
Mientras leía y cambiaba de hojas, me percaté que un señor me miraba con curiosidad; sonreía cada vez que yo le alzaba la mirada. Para ese momento, yo sólo mantenía ese pensamiento invasivo de preguntarme cómo un adolescente de 13 años empezaría a tomar pastillas para la ansiedad.
Después de la segunda parada, el señor sin más, se levantó y me preguntó, "Hijo, ¿Usted se imagina que todas esas pastillas fueran palabras de aliento? - a lo mejor y este mundo se vuelve más sano de la cabeza". Sonriendo una vez más, y dirigiéndose a la puerta de atrás, me puso la mano en el hombro y se despidió con un "Que le vaya bien". Al final, sólo alcancé a ver que traía una bolsa de pastillas con el mismo dibujo de la farmacia que la mía.
En la célula del lenguaje, las palabras y los pensamientos, son como los fármacos y las pastillas. Hay personas que se toman las palabras con agua para que sea más rápido y menos incómodo, como los insultos, las palabras hirientes, o aquellas que nos hacen recordar algo traumático. Otros, con la pura baba ya se acostumbraron a pasarla así; seca y sin tanto preámbulo, acostumbrados a la realidad y dispuesto a la sana verdad. Pero si algo ha de ser cierto, es que cualquier palabra, como fármaco, va hacer efecto.
Como las palabras, las pastillas y los fármacos, por pequeños que sean, no llegamos a comprender el poder que tienen, hasta que entran al organismo y comienzan a distribuir toda su sustancia. Así como las palabras, por conjugadas, sustantivas o verbalizadas que fuesen, tienen una enorme carga simbólica en nuestro ser; porque eso somos, seres hablantes y pensantes.
Píldoras amargas al digerir, y otras que ni se sienten. Como también, existen palabras y pensamientos difíciles de masticar; amargos. Hay otros, que hasta saben dulce del bien que nos hacen; tan bien caen algunas de esas palabras al organismo, que pueden cambiar el estado de ánimo y la configuración del pensamiento en el sistema psíquico. "Gracias", "De nada", "Aquí estoy", "Estamos juntos", "Perdón", "Se puede solucionar", "Ya pasará", "Tú puedes", "Deberías sentirte orgulloso", "Lo lograste", "Sé que estás trabajando fuerte en esto", "Valió la pena", "Te felicito", "Eres importante para mí", "Aún puedes", "Qué bien lo estás haciendo", "Vas por buen camino", "No tengas miedo en fallar", "Inténtalo, saldrá bien", "Ánimo, ya casi", "Eres increíble", "Si no es hoy, mañana puede ser", "Eres tan valioso como cualquier otro", o "Me inspiras a ser mejor".
Estas pastillas son las que mejor nos hacen sentir; y eso que apenas son un tipo, ¡Porque son un montón! Y adivinen, gratis, sin ningún efecto secundario, más que el de sentirse más seguro de sí mismos con el tiempo.
Así es cómo se debería seguir el tratamiento farmacovocal, como yo le llamo; digerirla mentalmente, absorberla emocionalmente y expulsarla verbalmente. Palabras de aliento, de motivación, de amor y de sinceridad. Para mí, antídotos contra la ignorancia emocional.
Hay palabras, como píldoras, que ayudan día a día a mejorar; o en su defecto, a empeorar. Claramente, las adversas a la salud, empeoran o tienen efectos secundarios severos, como las que se ingieren sin receta. Estas son las que se toman en propiedad o suyas, aquellas palabras que no van dirigidas hacia uno.
Los placebos también ayudan, pero sólo superficialmente. Se pudiesen llamar o comprender como "Suposiciones". Un placebo se explicaría fácilmente como aquella medicina que no posee ningún principio activo para solventar tal dolor o enfermedad; una pastilla fantasma. Sin embargo, esta sirve para discernir la efectividad de otros fármacos en esa respuesta humana de aceptar o no el fármaco. Ahora bien, sé que se lee confuso, pero piensen. Así como las pastillas, funcionan los pensamientos y tales suposiciones.
Cuando acontece alguna situación, el -suponer- ayuda a darte una respuesta ante cualquier incógnita. Sin embargo, esa no es la entera realidad, puesto que es lo que tú "crees", más no lo que genuinamente acontece. Les daré un ejemplo sencillo. Cuando te engañas a ti mismo al estar triste, evadiéndolo y tomando la suposición de decirte que estás bien. Un placebo y una supuesta solución verbal rápida, pero no tan funcional o efectiva.
Ahora bien, el ser sincero consigo mismo y auténtico con su sentir, hace de eso, el fármaco más poderoso. Tomarse o ingerir palabras más verdaderas cómo "Sé que estoy así, pero también sé que quiero estar mejor", "Soy esto, pero también soy lo otro", o "Quiero escuchar, aceptar y transformar lo que me está pasando"... Estos sí son fármacos verbales saludables.
Al igual que los fármacos, las palabras, si no se está preparado para la dosis adecuada, o incluso para recibirlas el organismo, pueden caer fatal. Marearse, sentirse aturdido, desorientado, producir cefalea y hasta sudor. Así mismo, ciertas palabras también crean el mismo efecto al ser escuchadas o leídas. Aquellas que vienen sin que uno las prevenga, las intrusivas y sobre todo las que siguen haciendo eco en el pasado.
Tanto las medicinas como los pensamientos, se deben ir adecuando y aceptando poco a poco en el organismo. Está claro, uno corporal de forma farmacológica, y otro mental, de forma psicológica. Pensándolo bien, quizá y eso también sea yo como profesional en salud mental; proveedor de dosis verbales, farmacéutica andante de la palabra y recetador de fórmulas mentales.
¡Ja!, ¿Pastillas para la memoria? repítete una y otra vez una palabra, ¿Medicina para la motivación? Créase sus pensamientos. Y, ¿Píldoras para sentirse mejor emocionalmente? Sea sincero con su sentir y dele valor a lo que hace.
Les recomiendo tomarse en las mañanas 500mg de "Amor propio". Si se lo toman constantemente, les hará efecto muy rápido. En la tarde, pueden dividir otros 1000mg entre las tres comidas del día; desayunar con un "Sí quiero y sí puedo", almorzar con "Estoy mejorando para ser la mejor versión de mí" y después de la cena, pero antes de acostarse, "Gracias, porque sé que mañana será aún mejor".
Cuando llegué a mi casa, mi vecino Edilio me preguntó cómo me fue reclamando las pastillas. Le conté todo lo que me pasó, y lo que pensé del intercambio de palabras por las pastillas. Después de acabar la historia, me respondió risueño, "Oíste, pero no ves que las palabras son sólo sonidos y ya". Me reí también, y asentí porque en parte, era verdad. Al terminar la conversación, me dirigí hacia la tercera casa de al lado que era la mía... pero llegando a la esquina, volteé y le grité, "¡Pero los sonidos también hablan, Don Edilio!"
Y ustedes... ¿Qué tratamiento quieren empezar a consumir?
Photography by Sergey Vinogradov
17 de noviembre del 2021
Cuando fastidia más la cicatriz que la herida, es porque nunca sanó del todo.
Alguna vez, estando en una sala de urgencias, me di cuenta que la mente y el cuerpo están más conectados de lo que uno pudiese llegar a pensar.
Era año nuevo, y todos en la calle estaban festejando el despido del viejo. Desde el silencio de adentro, se podía escuchar básicamente dos cosas: las enfermeras y médicos murmurando procedimientos, y el bullicio musical de las voces cantando afuera.
El punto es que, me encontraba allí porque mamá se había cortado un dedo lavando un vaso de vidrio. Al parecer, de la fuerza que hizo ella al lavarlo, lo quebró y se le enterró una punta entre el dedo índice y el pulgar; horas antes, habíamos tenido una discusión. Pero, lo realmente interesante de las cicatrices no sólo son sus formas estéticas; que algunas sean gruesas y otras delgadas. Sus ubicaciones en el cuerpo, sus colores o cuántos puntos le pusieron... sino sus historias.
Una señora que estaba allí, me miró distraído y preocupado, pues sabía que no me dejaban estar tanto tiempo en la sala y que pronto me sacarían. Ella estaba en la otra camilla, al lado derecho de la nuestra. Me llamó con la mirada y me preguntó que qué hacía allí si no se me veía herida alguna; no me iba a creer si le hubiese dicho que la herida la tenía en la mente. "Mijo, tranquilo que si del pellejo se trata, todo sana. Pero de aquí -y señalando su corazón- a veces no" sonriendo luego y guiñándome el ojo. Yo sólo pude responderle con una sonrisa de vuelta y asentir con la cabeza.
A hoy, sigo sin recordar su nombre; creo que se llamaba Gloria, o Marleny, no recuerdo bien. Pero de lo que sí, es que cuando salí con mamá, después de que le cocieran la herida con puntos, me enteré que ella había sufrido un infarto y por eso estaba allí; ah ¡Y la sonrisa! , tenía sonrisa bonita. Y es que a decir verdad, creo que cuando señaló su pecho, lo dijo más por la emoción que llegó a provocarle el suceso, que por la afección del mismo órgano.
Me doy cuenta tiempo después, mirando mis cicatrices mentales, que las heridas y los traumas, tienen un proceso psíquico también; unas fases o etapas.
En el primer proceso (A), inevitablemente, como impacto inicial, duelen, sorprenden. Se crea una herida o un trauma a partir de una situación previa. Cuando no somos nosotros quienes las hacemos voluntariamente, la mayoría de ellas suelen ser imprevistas, entendiéndose que nunca se está lo suficientemente preparado para recibirlas. El proceso tiende a ser bastante doloroso, y dependiendo del tipo, pueden surgir todo tipo de emociones. Miedo, angustia, ansiedad o temor.
Entre este proceso y el otro, dependiendo del trauma, se debe dejar que la herida respire. Si la herida se tapa por mucho tiempo, no permitirá un completo y funcional desarrollo de curación -emocional-
Luego, (B) se convierte en un proceso de asimilación, sanación y recuperación. Se empieza asimilar la herida. ¿Cómo fue que sucedió?, ¿Qué hubiese pasado si se llegase a evitar?, ¿Qué tan profunda es y cómo es que se debe de cuidar? Luego de asimilar y entender, llegará el arduo momento de su evolución; sanar y recuperarse. El tejido muerto tendrá que ser retirado y eliminado para dar paso a la regeneración -emocional-. Este momento durará en completarse sanamente, dependiendo de ciertas cuestiones. Qué tanta voluntad tenga en echarse o aplicarse algo para ayudarle en su evolución, qué tanta paciencia emplee en dejar que cure a su ritmo, qué hacer para que no empeore, y sobre todo, qué tan bien la cuide.
Por último, (C) el proceso de la cicatrización. Cuando empieza a salir costra, y comienza a picar. Ahí se da de cuenta que está sanando. Hay procesos que tardan días, meses e incluso años. Todo dependerá de múltiples factores también. Hay heridas que ya han cicatrizado superficialmente, pero siguen en su proceso de curación internamente, y no lo sabemos hasta que lo sentimos -emocionalmente-. Sin embargo, todo el cuerpo pone de su energía para cerrar lo que lo afecta.
Una vez cicatrizada correctamente tanto interna, como externamente, estaremos a gustos con la ausencia del dolor. Aparecerán ciertas emociones reconfortantes de calma, alivio, serenidad y tranquilidad. Y aunque dejan marcas, nos enseña también el valor del tiempo en su imagen grabada corporalmente.
Todas estas afecciones, como en la corporalidad, se pueden tipificar y hasta explicar en un terreno mental; y ese es el sentido neural de este artículo. Hay heridas abiertas, traumas internos; fisuras, quemaduras. Depende del trauma, hay heridas que cicatrizan, y cicatrices que siguen abiertas. Pero, si el cuerpo ya tiene el mecanismo para crear la protección antes los traumas y la generación de un nuevo tejido. ¿Por qué aún nos cuesta mentalmente encontrar el proceso?
Queremos remover lo que nos aflige rápidamente porque nos incomoda. Pero ¿Cómo?, si lo que nos incomoda nos está expresando claramente una respuesta de rechazo. ¿Rechazo a qué? A eso, a vivenciar la herida y su proceso de cicatrización. En nuestra génesis, la evolución y la adaptación emocional humana, en sociedades primitivas, que pronto serían racionales y ahora actuales, está instaurado el recurso de la resiliencia. Ese instrumento inherente que nos ayuda a superar las circunstancias mundanas más devastadoras de nuestra existencia.
Ahora bien, se preguntarán entonces, ¿Qué hacer con estos traumas o heridas mentales?, desde las más superficiales, como discusiones cotidianas, inseguridades, falta de autoestima, ausencias en la infancia, o rupturas y desamores, hasta las más profundas, como el duelo de la muerte de un familiar, abusos sexuales, los arrepentimientos decisivos o las enfermedades.
Les diría que los elementos pueden cambiar o variar, pero el proceso seguirá siendo igual. Para aquellos tipos de afecciones que no se "ven" a simple vista, dependerá de cada caso. Hay casos en los que la herida sigue abierta, y otros en los que ya cicatrizó pero no sanó en su totalidad. Hay diferentes recursos que se utilizan en el transcurso del proceso. Hay uno, que consta en asimilar lo que aflige; comprenderlo, entender su incomodidad y dolor para dar lugar a su origen y así entender, desde lo real, qué sucedió para trabajarlo desde allí; desde lo que nunca se comprendió.
Para otros casos está la catarsis; expresar a través de múltiples formas como cualquier arte, o afianzarse en un deporte, como rutina saludable. La música, la escritura, desplegar todo aquello que silenció y quedó pasivo; sacarlo, para posteriormente tener la capacidad y la certeza de soltarlo.
Otro, es tener un diálogo con la herida, que es bastante funcional. Claramente dependiendo de la herida y de la personalidad. Hablar con el trauma, personificar el trauma, aceptar el trauma. Con el suficiente acompañamiento profesional, hará del proceso una transformación más rica recursivamente. Siendo la herida, sabré qué fui y qué quiero ser cerrando mi ciclo con la cicatrización correcta.
Para otros, el retornar y vivenciar el dolor también es sanador. En estos casos, la herida nunca se sintió conscientemente y se hizo a un lado para evitar confrontarse consigo mismo y con la sensación de disgusto que les provocaba el dolor. Una vez interiorizada esa experiencia, el asumir el dolor procede luego a prepararse para sanar y sentirse aliviado. A fin de cuentas, eso somos los humanos; evolución, cambio y transformación.
Entre tanto, terminando mi reflexión y preguntándome por aquellos procesos que en la vida pasan, y las respuestas que se postra ante nuestros ojos... ¿Será que la mente emula o imita lo que al cuerpo le pasa? o ¿Es el cuerpo el que somatiza lo que la mente quiere decir? Aunque, si de algo estoy seguro, es que nunca habrán traumas, ni heridas emocionales que no sanen; porque con tiempo, voluntad, compromiso y suficiente amor, todo se cura.
Y ustedes... ¿Ya sanaron?
Photography by Sharon McCutcheon
31 de octubre del 2021
Más tiene uno de color, que de papel.
El blanco es el único color que está preparado, desde su nacimiento, hasta su manipulación, en dejarse pintar. Esa es, entre todas sus finalidades, ser objeto y ser materia de. También puede dar brillo, combinar otros colores, e incluso opacar, pero siempre será el que suavice el grosor de los colores.
Personas. Las personas somos el color blanco, pero también, somos planicies para muestras de arte. Filosóficamente somos aquellos únicos seres que entendemos el poder de la consciencia de sí mismos. Únicos en entender que somos color, pero que a la misma vez somos lienzo.
Si en el canto hay que encontrar su propia voz, en la pintura de la vida, hay que encontrar su propio color. Explorar entre tantos matices y morfologías de texturas, hasta encontrar una propia identidad. Eso es lo que nos dará la oportunidad de mostrarnos en sociedad, cultura y afectividad.
Como las personas, los colores se forman porque los objetos absorben y reflejan luz. Las personas absorbemos una cantidad de experiencias, situaciones, pensamientos, vivencias, y reflejamos, básicamente, lo que de nosotros sale; emociones impregnadas de color.
Uno ha sido los colores que lo pintaron. Pero también uno es, lo que ha pintado en otros. El arte y la pintura es amoral, nunca es bueno, ni malo; el arte no se juzga, se experimenta, se siente, se acepta y finalmente se interpreta. Las personas somos colores. Unos más opacos, otros más brillantes, pero colores; pintamos y nos dejamos mezclar. Somos algunos colores cálidos, y otros fríos. Existen personas que nos inspiran, que nos afligen, que nos dan una habilidad, y otros que nos hacen dudar de nuestro color. Pero para eso existen otros colores, para formar nuevas obras.
Hay personas que son más monocromáticas, de aquellas que son de un tono. Otras son más análogas, tienen varios matices. De las combinaciones, salen estas personas complementarias; aquellas personas y colores con los que nos es fácil conectarnos. Y luego, el resultado de todo este tejido colorido de afectividad y relaciones; la triada. Personas de un color, que mezcladas con personas de otro tono, obtienen un nuevo color en su fusión. También llamadas "relaciones". De las relaciones, nacen colores, enlaces iluminados u opacos, que dependerá de cuán afín estén dispuestos a amalgamarse en su armonía.
Cuán importantes somos en nuestra forma de relacionarnos y mostrarnos al mundo, que no nos hemos dado cuenta de las cientos de veces que pintamos a alguien y ni nos percatamos de esa confluencia. Hemos pintado lo que mejor o peor nos sale, emociones. Hemos pintado felicidad, pero también tristeza. Hemos pintado por momentos, y otras veces nos tomamos toda una tarde, días, o años en pintar con la insistencia del amor. Dejamos pinturas a medias, terminamos trabajos, pero a la final, siempre hay alguien que se lleva de nosotros un pincelazo.
Hay personas que reconocemos en nosotros un talento; y es el de pintar a otros. Mi talento es ayudar a otras personas a pintarse y reconocer su color. Y entre tanto, ese siempre seguirá siendo nuestro ejercicio en el propósito de nuestra existencia, pintar y ser pintados. Ese es el juego que Dios dejó sobre la mesa, mientras se ponían de acuerdo entre él y el universo, en cómo crear la pintura de vida más hermosa. Finalmente, decidieron que dejarnos ser, es la muestra de arte más genuina y auténtica.
En nuestra vida de galería, hay personas que vienen a pintarnos, en ciertos momentos de la vida, unos cuantos pliegues, para luego irse. Hay personas que nos pintan cada día, enseñándonos el valor de nuestra presencia en su vida. Hay quienes pintamos varias veces, hasta que entendemos que ya acabó nuestra labor pintoresca. Unos vendrán a buscar color, y otros vendrán a ponerlo. Algunas veces pintamos con mucho esmero, pero no conseguimos una buena presentación de arte. Y otras veces, con tan solo atravesarlos con la punta del color, hacemos más de lo que otros han hecho.
Si somos colores, las personas también somos lienzos. Nos dejamos pintar, ensuciar, adornar, trazar, poner líneas, círculos, garabatos, y hasta ser testigos de los múltiples colores por los que hemos sido acariciados.
Nos han pintado decenas de veces, y hemos pintado otras miles. Nunca ha habido una pintura más larga en el tiempo, que el arte humano abstracto. A veces hemos sido de aquellos lienzos que les tocó recibir colores hechos de enojo y de rencor; sintiendo con brocha, dureza y de mala gana. Pero también no podemos negar que hemos recibido colores llenos de tranquilidad y serenidad en cada textura, con pinceles finos y al detalle; con delicadeza y suavidad.
La comprensión de los sucesos melancólicos y aberrantes de la vida, recrea en nosotros la necesidad de aceptar que son parte de la vida también. Sin la imprudencia de estas vicisitudes, nunca nos daríamos cuenta cuán vivos estamos. Llorar es sentirse vivo, sonreír es sentirse vivo; sufrir es sentirse vivo, amar es sentirse vivo, pintarnos y pintar a otros a diario, es sentirnos vivos en la luz que emana la vida.
De aquellas personas y colores que no combinaron, nos vimos en el ejercicio de aceptar que, aunque nos dañaron los trazos que estábamos construyendo, aprendimos a sacar nuevas líneas y curvas. Es humilde entender que no siempre seremos combinables con todos, y está bien. Está bien entender que no todos los colores nos pintarán bien, se ajustaran a nuestras necesidades, a nuestros proyectos de pintura. Sin embargo, se debe tratar con todos los colores para saber por qué no surgió algo más allá de la pintura; porque nunca hubo ningún pintor que no se arriesgó a experimentar con todos los colores.
Para cada color, otro. En algún momento uno tiene que toparse con la necesidad de usar un color en la vida; como personas, relaciones o encuentros fortuitos. Hay colores que se encuentran en la vida para combinarse y quedarse allí como ejemplificación preciosa de junte histórico. Y otros que simplemente vienen, pintan y se van; y ese era su propósito en nuestra pintura.
Nunca habrá ausencia de color, porque el negro también es uno de ellos. El punto es que, la percepción del color está bastante ligada a la percepción actitudinal que realizamos a cerca de las personas. No tenemos por qué combinarnos, y está bien. Pero sí debemos reconocer que cada uno es un color que le servirá a una pintura en algún momento, y eso también está bien saberlo.
Hasta hace unos días, he creído firmemente que la salud está en la sensorialidad, y en cómo percibimos al mundo a través del canal psíquico, y corporal. Los colores oscuros también son necesarios para pintar las más bellas muestras de arte; y lo grave y agudo, también han creado las más bellas melodías.
¿No han sentido alguna vez que el color de su ropa habla de su personalidad?, ¿Y que cuando ven, o incluso se ponen un color encima de ustedes, tiende a cambiar su ánimo?, ¿Se imaginan entonces lo que un color puede hacer en nosotros? Ahora bien, pregúntense, ¿Qué tanto poder tienen ciertas personas en su vida, si fueran colores?
Y ustedes... ¿Ya saben cuál es su color?
Photography by Ksenia Chernaya
15 de octubre del 2021
¿Qué va a saber uno de albañilería, si poco ha resanado sus huecos?
Lo que sé de construcción, es lo que he visto. Hasta ahora, nunca me había puesto en la tarea de ejemplificarme y construirme tanto, como en la obra más importante.
Qué día iba yo caminando, encontrándome de paso con las casas patrimoniales de la ciudad. De esas construcciones antiguas que llevan años en el mismo lugar, con más historias que pinturas encima, y que en su fachada se le ven las caricias del tiempo y de las familias que la habitaron. En contraste, al lado de la más antigua, estaban tumbando una, de color pardo, para edificar proyectos más modernos y contemporáneos. Bien ostensible la idea arquitectónica de cambio; así como la de ver jugar al recién nacido con su abuelo.
Viéndose desde la lectura, tal parece que a veces no somos tan perceptivos de dónde y cómo hemos estado viviendo. Los rituales que tenemos con nuestra casa, y el mantenimiento faltante. Así que, contemplen por un momento la idea de una casa propia; un hogar. Pero esta vez, una que camina y razona. Y que desde el inicio de la construcción de estas nuevas casas, a unas les haya tomado en hacerse 8 meses, otras 9, y otras, desafortunadamente no lograron terminarla. Piensen, que ninguna de ellas, se entregó en su completud. En la placenta de la idea, todas fueron encubadas para hacerse y rehacerse a gusto del dueño; siendo recibidas al mundo en obra negra.
Presten atención, que lo bonito de todo esto, es ver cómo empiezan a crearse una idea primaria de la casa, y luego, una vez se dan cuenta que están los materiales, comenzar por construirla. Se pensará en cuánto medirá y cuánto tardará. Se tirará el mortero y se armarán las estructuras de metal, para luego, rellenarlas con cemento; siendo estas últimas, las vigas principales del sostenimiento eterno. Porque algo sí es cierto, y es que antes de habitar esa casa, primero nos engendraron en el pensamiento de querer tenerla.
Ya con el tiempo, se le irán poniendo los ventanales y las puertas que más se ajusten a los gustos de sus futuros dueños. Hay dueños que les gusta tener ventanas grandes y vistosas, como si no les importase que vean más lo de adentro, que la fachada. Otros se resguardan más en lo formal y estructural del diseño original; una arquetipo más desapercibido y menos vistoso.
Hay unas casas que tendrán puertas muy grandes, y otras pequeñas. Habrán quienes prefieran puertas gruesas, difíciles de entrar, y otros optarán por delgadas, de fácil acceso. Así, como la confianza que depositamos en quienes quieran entrar.
Se definirán luego qué tipo de piso quieren ponerles, los acabados, los colores de las paredes, y en términos finales, la decoración, los muebles, camas y demás. Hay casas que tienen decorados sencillos, no tan expresivos. Y otras muy detallados, complicados de entender a primera vista y hechos al reflejo del dueño. Pero así como se entiende, sí, cada casa es una personalidad diferente. Y siendo así, les preguntaría si vivirían en ellas, pero no es necesario pensar en la respuesta, pues sus nacimientos fueron ya la firma del contrato.
No hay más piel, que en la casa de la personalidad; nuestra casa. Nosotros, como un todo, somos esas casas andantes y peregrinas; de un lado para otro, con las únicas mudanzas internas. Abrimos cuartos, cerramos cuartos, creamos cuartos. Nos pintamos, nos cambiamos de color, movemos esto, movemos aquello. La decoramos, quitamos cuadros, cambiamos de muebles. Ponemos cosas nuevas, quitamos algunas viejas, pero siempre habrán objetos y memorias que dejaremos por mucho más tiempo; y sin embargo, con tanta transformación, la estructura siempre será la misma.
Ahora es cuando más valor damos al ser dueños e inquilinos de la propia construcción. Porque desde que se nos entregó este cuerpo y esta mente que habitamos, sellamos el pacto de comprometernos a ser los arquitectos de nuestra vida y destino.
En nuestra casa, habrán quienes harán de nosotros, un lugar de paso. Otros querrán quedarse por mucho tiempo. Hubieron personas que no fueron muy funcionales con su estadía y fueron deteriorándonos. Y a pesar de ello, en la contraparte de la edificación, hay quienes nos ayudan a seguir construyéndonos. Hay que resanar esos huecos que nos dejaron y nos dejamos. Cambiar las luces que se fundieron, y poner nuevas. Pero sobre todo, arreglar y tapar las grietas que nos marcaron.
Por otra parte, es comprensible que no siempre la han de encontrar limpia. En esos casos, es cuando más somos conscientes de la necesidad de limpiar los recuerdos lesivos, esos que ya perecieron. Sacudir las enervantes experiencias que empolvaron nuestros más preciados artículos, y entre tanto, reparar la humedad de los lamentos que nunca pudimos cambiar. También habrán habitaciones que son difíciles de abrir, como la de las heridas. Pero bastará con entrar y asear, poco a poco, para saber que en esos cuartos, podemos ubicar nuevas experiencias; darle espacio a otros objetivos y proyectos.
Y sí, también habrán quienes no se habituaran a vivirse en ellos mismos, y por eso deciden vivirse en otros. Estar siempre a merced de las decisiones, opiniones y hasta creencias de otras casas; siendo costoso el pago emocional de ese arrendamiento ajeno. Estos arrendatarios, no alcanzarán a conocerse más que a sí mismos, en su propia naturaleza, en el propio hogar de su personalidad. Entender cómo funciona mi casa, es entender quién soy desde adentro, para compartir lo que soy hacia afuera.
Y no sólo para que otros inquilinos o visitantes puedan habitarla bien, y bonita, sino para que nosotros mismos podamos habituarnos a sentirnos bien estando dentro de sí mismos.
El transcurso de la vida, es como el de una casa; seguirá estando, en tanto hagamos honor a lo que hemos construido, y no a lo que nos hace falta. La casa de ensueño ya está, es cuestión de sostenerla con limpieza y alimentarla mejor con autoestima. Al final, nosotros somos los que hacemos de nuestra casa, un hogar; lo demás, es ladrillo, madera y cemento.
Y ustedes... ¿A quién invitarían a quedarse en su casa?
Photography by Juliette Contin at The CMA
03 de octubre del 2021
Si en este momento alguien llegase y les preguntara, ¿Cómo presentarían su vida si fuesen un museo? , Ustedes, ¿Qué tipo de museo creen que serían?
Por mi parte, ha de confesar que últimamente me he visto involucrado con ciertas obras y exhibiciones. Como si me viviese cada vez, en aquella piel fantasiosa de los artistas y pintores.
La mayor parte de mi vida, el arte siempre me ha traído vastas experiencias de sensibilidad con las cosas. Tanto así, que cuando empecé a entrar a la adolescencia, cada jueves, luego de ayudar en el trabajo familiar, me acercaba a la biblioteca del barrio para ojear los libros de pintura.
Sin importar el tiempo, desde el barroco al expresionismo, me devoraba cuanta página podía. Algunos me los llevaba a casa, y otros me los leía en la mesa 5.
Cuando cumplí los 11 años, la bibliotecaria, que le llamábamos "Gogo", por su gusto a Goethe el poeta, me regaló mi primer libro de historia del arte. Ya sabía ella que no encontraba muchas amistades ahí afuera, y que generalmente frecuentaba ir en la soledad. Pero tal excéntrico se ve el puente entre el humano y el arte, que hasta en la ilusión se encuentra compañía.
Mientras miraba cada pintura en el libro, intentaba anotar en una libreta, lo que cada obra me hacía sentir. Lujuria, miedo, amor, sorpresa, deseo o tristeza. Dependería del autor y del estilo, pero todas me hacían sentir algo. Toda pintura tenía una historia por contarme. Y fue en ese preciso momento, en que me encontré con El juicio final de Michelangelo Buonarroti, con sus múltiples contrastes, símbolos y secretos ocultos, que a través de mí, entendería que podría personificar en arte a quien yo quisiera.
Y desde ese momento, me hice una promesa. Que si alguna vez no pudiese entender algo en mí, le daría respuesta a través de cualquier forma literaria. El vestigio de esa promesa que me hice, aún sigue estando en cada cosa que hago; por eso, todo yo, soy arte.
En la medida que la terapia atraviesa ambos roles, me encontré en el reflejo de mis pacientes, que todos también somos arte. Porque hasta ahora, me doy cuenta que el humano creó los 7 tipos de arte, sin saber que en todos se estaba plasmando a sí mismo. En la danza y en la música. En la escultura y en la pintura; la arquitectura, la literatura y el cine, desde todos y para todos, nunca se ha necesitado un sentido en específico, para percibir todos los otros.
Más que nunca, en este punto de lectura interna, me veo, y nos veo como lo que verdaderamente somos; museos. Somos un museo de experiencias y recuerdos. Hay galerías nuevas, y otras viejas. Hay cuadros y exposiciones, que por su tiempo, deben ser cambiadas por su antigüedad. Hay salas para cada momento de nuestra vida. Las salas que no visitamos tanto, y las otras que acudimos de primera. Aquellas que son los recuerdos del sufrimiento, de las penas, lo que nos afectó y aún dejamos ver en otros. Y no podemos pretender no exponerlas, porque eso también fuimos, hace parte de la historia del museo. Sin esas pinturas, no seríamos lo que somos ahora. Pero también están las otras salas, los otros cuadros; los más amados, los más importantes, los más vistos y los más visitados; los del éxito, los de la felicidad, los de la compañía, los de los logros. Las que nos siguen dando la exacta muestra de motivación diaria para abrir.
Están las salas que nunca se presentaron también, y fueron la de la fantasía. Lo que pensamos, soñamos, lo que nunca pasó, pero que estuvo dando una ilusión por encaminarnos a donde estamos.
Todas esas emociones que nos hacen sentir las pinturas, eso también hacemos sentir a quienes nos conocen. El costo de entrada es la confianza, y su apreciación, la intimidad. La verdadera posibilidad de ser libres, se encuentra en cada obra que exponemos a voluntad.
También podremos anunciar los proyectos que se han de presentar en nuestro encuentro personal. Las experiencias y las ilusiones puestas en otro formato de exhibición; los propósitos y metas que esperamos cumplir.
Llegamos a ser el más grande museo andante. Tenemos bóvedas repletas y llenas de cuadros, pinturas y distintos modelos de representación de vida. Cada experiencia, como cada recuerdo. Cada enseñanza, y consejo, todas han de estar ahí expuestas. Lo que nos alegró y nos dolió. Los lugares donde estuvimos y con quiénes hemos estado.
Sin embargo, y en medio de todo, habrán obras que van a quedar por siempre. Incluso, una vez cerrado el museo, le replicarán otros, y esos otros, a otros. Sus obras, sus vidas, seguirán siendo recordadas por conocidos, amigos, familiares, y todo aquél que atravesamos.
Y cuando ese momento llegue, probablemente el meollo de nuestra culturalidad futura, sea el eco de las obras que allí se presentaron. Un patrimonio para la humanidad, es ser recordado. Lo que Goethe decía, inmortalidad. Entre todo, y cavilando de mi analogía teatral, el imperativo de vida, les recuerdo que es "vivan".
La pregunta, esta vez, se las hice al principio.
Photography by Meritt Thomas.
26 de septiembre del 2021
A hoy, creo que nunca se me va a olvidar mi primera paciente, ni mi primer cactus.
Cuando empecé a realizar consultas, un allegado me regaló un cactus; creo yo, que para buen augurio profesional. Era pequeño y tenía apenas 2 flores. Aunque sorpresivo, le tomé por gratitud, ya que no había tenido mucho carácter de responsabilidad para cuidar de plantas, y menos en mi despacho.
Se morían antes de tiempo, no crecían lo suficiente como para salir de su tierra, y cuantas situaciones me sucedían. Sin embargo, cuando llegó ese cactus a mi oficina, comenzaría, sin darme cuenta, a ser el epicentro de lo que transversalizaría a todas mis pacientes; defensas e introspección.
En el instituto, logro evocar que a los más pequeños nos llevaban a los bosques cercanos para comprender de cerca la naturaleza. Y dentro de ese salvajismo natural, una vez, el profesor que nos acompañaba en esa jornada, agarró un cactus para presentarlo. Acogidos en el éxtasis de lo desconocido, no nos atrevíamos acercarnos tanto por sus peculiares puntas. Diría él -"Esto, niños, es una planta bastante única" - "Crece donde hay poca vida, pero es capaz de sobrevivir a cualquier circunstancia". Explicaría también, que, pasado el tiempo, cambiaron sus hojas por espinas foliares, y a su vez, lograrían adaptarse al ambiente, para vivir meses sin agua.
Poca atención le presté a lo que dijo, porque nunca había visto una planta que se defendiera tanto a sí misma, como para colocarse tantas espinas. Pero desde ahí, quedé embelesado con su estética salvaje y agreste. Que tiempo después, me serviría como instrumento para abordar terapias.
Mariana acudió impávida y sin más expresión que la de una persona que sabe que se verá expuesta. Tal parece que todos los pacientes comparten una cosa; el instinto que precede a la razón de comprender los fenómenos que no entienden en su vida psíquica. Luego de entrar mirando al piso, llegó, se sentó, y sin saludarme me preguntó -"¿Cree usted que alguna vez reventaré por guardarme tantas cosas?" - y luego de que ella estuviera a punto de llorar, le respondí -"Ya reventaste, y por eso estás aquí".
La paciente tenía la particular forma de reaccionar agresivamente con su familia y con todo aquél que se atreviera a ponerla en una posición vulnerable. Hablar de sus intimidades y de cómo se sentía, desde su sinceridad y genuidad, le hacía sentir exhibida... como si tuviese el presentimiento de que usarían eso en su contra.
En un momento de la sesión, me centré en el cactus que estaba a la derecha de la mesa, junto a los pañuelos. Mirándolo, lo agarré y le mencioné que las personas, somos como los cactus. A veces tenemos muchas espinas para defendernos del mundo exterior, e incluso del interior. Que a veces explotamos, pero que muchas otras veces, implotamos sin darnos cuenta. Y que como los cactus, tenemos muchas defensas; está en nuestra naturaleza emocional. -Muy probablemente si te pido que lo tocaras, no lo harías. Pero si te digo que detrás de todo ese mundo de espinas, se resguarda lo que en realidad le da vida al cactus, ¿Lo seguirías viendo de la misma forma?- Esa eres tú.
El ser humano en su evolución emocional, adaptó la más funcional estructura para protegerse del ambiente mental; los mecanismos de defensa psíquicos. Todo aquello que nos hace suavizar, evadir o confrontar indirectamente algo que nos aflige.
La otra parte del asunto, se centraría entonces en cómo afrontamos tales circunstancias de vida. Los mecanismos nacieron para y por el supuesto "bienestar" mental. Es el cerebro, protegiéndose de la reflexión exterior. Es ahí, cómo la espina humana, actúa como mecanismo de protección frente a la posibilidad de exponernos; vernos vulnerables en ambientes hostiles es impensable... hasta que lo hacemos consciente y comprendemos que hay mucho más por descubrir si somos auténticamente genuinos con nosotros mismos.
Hay quienes nos refugiamos en el silencio, y otros en los gritos. Hay quienes le echan la culpa a los demás, y otros se alejan y se distancian para no enfrentarse al problema. Otros se encierran en sí mismos, y muchos otros direccionan lo que les aflige en placebos y sustancias para evadir el confrontarse a sí mismos. Racionalizar e intentar dar lógica a un situación conflictiva, puede ser un mecanismo de defensa, como llorar también. Fumar, tomar, orar, estudiar, escuchar las posiciones de otros, e incluso el humor y la risa también son un tipo de defensa.
Y es menester decir qué, hay mecanismos de defensa más funcionales que otros. No hay mecanismos buenos o malos; hay mecanismos que les sirve a cada quien. Hay quienes les sirven unos, y hay quienes les sirven otros. Hay personas que viven toda la vida con ellos, y no se dan cuenta hasta que se les menciona. Sin embargo, lo más bonito de descubrirse a uno mismo en el arte de pensarse, es saber que la respuesta, está en el problema mismo.
Pero a la final, somos nosotros mismos los artífices de cómo queremos afrontar lo que nos moviliza.
Tener defensas no es lesivo. Pero lo que sí se convierte en un concomitante de este, es no ser conscientes de cuándo empiezan a problematizar y ser una barrera para nuestro saludable desarrollo de vida.
Si llegamos a defendernos tanto, el no permitirnos explorar y vivenciar el duelo, el dolor o las enervantes situaciones que acontecen en el ecosistema mental, podremos llegar a lastimarnos a nosotros. Hay ramificaciones de cactus que al crecer, viran hacia el mismo tronco, punzando poco a poco su mismo ser orgánico.
Todo es un equilibrio. Hay que saber cuidar de sí mismos. Regarse, consentirse, y podarse también cuando sea necesario. No tengamos miedo a fisurarnos, ni a chuzarnos. A veces ese punzón te está diciendo algo que no has podido sentir. Y como era de esperarse, la naturaleza sigue empeñándose en mostrarnos la vida humana en ella. Como cactus, humanos; unos más espinados que otros.
El cactus aún lo conservo, aunque ya viejo, sigue teniendo espinas. Algunas veces me chuzan al pasarlo de matera o cambiarle la tierra. Pero siempre que lo miro en mi buró, me recuerda a todas aquellas espinas que abracé de mi vida pasada.
Y ustedes... ¿Qué espinas creen que tienen para defenderse?
Watercolor paint by Boba J.
11 de septiembre del 2021
Hace miles de millones de años, lo que ahora llamamos tierra, comenzó un proceso de transformación y adaptación. Toda una invención de características biodiversas para que su medio ambiente tuviese un equilibrio y pudiese tener una longevidad en el tiempo.
Antes de que la especie humana apareciese, en la génesis de la vida, otros animales comenzaron por aportar con su vida y funcionalidad, la homeostasis de los diferentes reinos que hoy conviven. A partir de ello, y pese a la poca consciencia que brindamos a las pequeñas cosas, sabemos que en gran parte, la vida natural de este planeta, se debe a ciertos insectos que tienen como único fin, vivir y dar vida a otros; así son las abejas de miel.
Cuando tenía 5 años, mis papás me llevaron un fin de semana a compartir la vida de campo con mis abuelos. En ese tiempo, ellos vivían al norte del valle, detrás de la montaña más alta y verde.
Desde que llegué, supe que viviría una de las experiencias naturalmente más intensas, cuando me bajé del carro y tuve que caminar con mis abuelos, montaña arriba, por 20 minutos. En el cajón que toda familia tiene, donde se guardan aquellas antigüedades, alguna vez en el cándido curioseo infantil, me cautivó un dibujo de lo que parecía ser un insecto. El dibujo estaba en acuarela, se veía borroso por el tiempo que llevaba encima. Una manchita negra con líneas amarillas, unas alas muy grandes, como largas sus patas también. Por detrás tenía una pequeña dedicatoria, pero no fue sino hasta después de otros 4 años más, cuando aprendí a leer y supe qué decía.
Una vez llegados a la cabaña, saqué de mi mochila el dibujo que había doblado cuidadosamente en 2 partes. "Abuelo, ¿Quién escribió esto?" - luego de terminar de abrirlo, y señalándole las apenas visibles letras. "Debes mirar más allá de las letras y los colores, hijo; lo que esconde el dibujo, es lo que más te va a gustar".
Alguna vez, en la finca de mis abuelos, me picó una abeja. Me dolió tanto, que estuve llorando por 1 hora entera. Mi abuelo vivía de la apicultura. Recuerdo que tenía como 4 o 5 colmenas en unas cajas blancas. Siempre me decía que tenía que respetar y cuidar de cualquier vida, por más pequeña o grande que fuese.
Entre tanto, agarró el papel, y mientras nos sentábamos en el pasto, empezó a contar la historia de las abejas.
Don Marleciano, un hombre que llegó a su casa cuando tenía 23 años, desinteresadamente le enseñó todo lo que se debía de saber de apicultura a mi abuelo. A parte de tener muchos años de experiencia con estos animales, también le gustaba pintarlos.
Le explicó que las abejas ayudan a todo un ecosistema con el simple hecho de creer en su propósito. Le mencionó que estas inteligentes constructoras, creían durante todo su vida en el propósito y valor de su trabajo dentro de todas las vidas que enlazaban. Decisivas, todos los días van de planta en planta, de flor en flor, buscando alimento para llevar a su colmena. Sin embargo, hay algo de lo que no se dan cuenta, y es que en sus patas y en todo su peludo cuerpo, albergan cientos de partículas de polen, que ayudarán en cada travesía floral, a continuar el transcurso de la vida de otros. Así es cómo la naturaleza se conecta holísticamente con toda vida. Así es cómo los humanos nos conectamos con las vidas que tocamos y atravesamos día a día.
Como las abejas, los humanos no nos percatamos de varias realidades que suceden simultáneamente en nuestra existencia. A cuántas vidas afectamos en buen medida a partir de una enseñanza o lección. Emular un buen acto, repetir los sabios consejos o reaprender el sentido de nuestra vida a partir de otros. Si la miel no caduca, una enseñanza de vida tampoco.
En ocasiones ni nos damos cuenta de la responsabilidad que llevamos con nosotros mismos, e incluso, del propósito de vida que traemos consigo. Una vez conocemos la guía o el derrotero de nuestro destino, empezaremos a transformar nuevas rutas de intercambio afectivo. Creer insaciablemente y darle valor a nuestras virtudes, como también en lo que pensamos y hacemos, es probablemente el acto más valeroso de lo que se verá reflejado naturalmente, en el néctar del éxito y la gratitud en otros.
Esa responsabilidad de vivir, de lo que luego dará respuesta al servir, es aquella enseñanza que se le da a un hijo, ese valor de la sinceridad en una relación de pareja, aquél consejo que aplicamos de un maestro, la escucha de un amigo, una palabra reconfortante, o la compañía en medio de la soledad. Y así, como cualquier cosa que se les ocurra, es el polen que han sido depositado en ustedes, y ustedes, transmitido a otros.
Y si todo ha de tener un propósito, de seguro que también ustedes han de tener uno... o muchos.
"Don Leucéo, espero que haya encontrado el propósito de servir y ayudar a los demás, cómo ellas me lo enseñaron alguna vez a mí" - Termino de leer, antes de colgar el cuadro de la pintura, en la sala de mis abuelos.
Hay quienes dicen que Don Marleciano siguió viviendo 50 años más. Otros dicen que un abejorro lo picó y murió de la infección. Algunos aseguran que construyó una cabaña en forma de panal al otro lado de la montaña, y de allí nunca salió. Pero otros muchos sostienen la teoría de que fue el fundador de la empresa de apicultura más grande del nordeste de la ciudad. Aunque, a decir verdad, pienso que todos somos Don Marleciano.
Y ustedes... ¿Se habían dado cuenta de lo importante que son para otros, y ni lo sabían?
Sculpture by Kathleen Ryan.
02 de septiembre del 2021
Debo admitir que nunca fui tan amante a las frutas, como hasta ahora. Desde niño, se me enseñó que debía de comer todas las frutas para estar saludable; pero nunca se me enseñó a identificar cuál fruta era la que realmente me gustaba.
Con el tiempo, comprendí que soy más de dulces, que de ácidas. Aunque ambas me siguen gustando. Y tal parece que lo dulce, lo salado, lo ácido y lo amargo, tienen más relación con la vida, de lo que uno cree.
Cuando estudiaba, una vez en la escuela, mi mejor amigo me preguntó mientras comíamos en el lisadero, "Si las frutas tuvieran vida ¿Crees que nos comerían a nosotros?", ese día no supe responderle, me reí y seguí mordiendo la manzana verde que me habían empacado para el recreo.
Me pregunté también ese mismo día por qué a algunos niños le enviaban siempre las mismas frutas, y a otros no. Quizá y era porque se ajustaban a las necesidades de las familias; o probablemente era el gusto de ciertas frutas por los padres, que forzosa e inconscientemente se fue heredando a sus hijos. Ahora entiendo por qué a papá le gusta tanto el vino. Seguramente eso haya pasado con ciertos comportamientos, manías y hasta miedos, que los hijos aprendían de sus padres.
¿Alguna vez se habían preguntado qué relación tienen ciertas frutas con los humanos?, o siquiera el pensar que existe más de nosotros como humanos en ellas, que ellas como frutas en nosotros...
Hay personas que son como las frutas. Diría yo, que cualquiera pudiese asemejarse a una fruta. Hay frutas de todos los sabores, como personas de todas las personalidades. Amarillas, verdes, azules y naranjas, también. Personas sociables, retraídas, eufóricas o tímidas. Unas saben mal al principio, pero después de consumirlas con frecuencia, te acostumbras a su sabor. A unas sólo les pruebas, y a otras las consumes todas. Algunas frutas sirven después de usadas con sus cáscaras, y otras simplemente se dejan de consumir. Hay toda una diversidad.
Pero de todo esto, hay algo que entre ambos se comparten, y es la capacidad de transmutarse ciertas cosas.
Hay algunas frutas que crecen en terrenos áridos y desolados, en que a veces le llega el sol, y otras veces en que no. Unas alcanzan a vivir, y otras perecen por su contexto. Hay personas que tuvieron una crianza con poca oportunidad de dejarlos crecer, o verse guiados; y otras en que les permiten conocerse desde la intimidad de sus gustos y afinidades. En ese ese árbol, llamado planta o vida, es el que en un inicio te engendra, luego te ayuda a crecer con sus ramas y tallos; y finalmente, te suelta cuando estás listo para cumplir tus funciones en el mundo... alimentar y ayudar a los otros con tu energía vital. Exactamente, lo que se acaba de leer, es interpretado hacia lo que somos y vivimos como humanos.
Verán, como las frutas, así pasa con las personas y las etiquetas. Que alguien te diga que una persona actúa de tal forma, no tiene que ser verdadera esa primera impresión. Permítete conocer y degustar de la personalidad de la otra persona; en la vivencia y en el sabor, es que se aprende a conocer de gustos y afinidades.
Eso me enseñó a que no todas las frutas que te digan que están buenas, es porque te gustan. Tienes que aprender y tomarte el tiempo en probar e identificar sus sabores; formas de pensar, de actuar y de relacionarse. Y es que no hay frutas buenas o malas, hay frutas para cada persona.
La otra vez compré unos lulos frescos y les dejé en la despensa. A los dos días, cuando iba a prepararme un jugo, agarré uno y no me di cuenta que estaba malo, hasta que le percibí la manchita negra. Le corté para ver si todo estaba malo, pero afortunadamente se pudo salvar un poco. Sin embargo, al revisar los otros lulos, esa mancha negra se pasó a los otros, y en menos de tres días, todos se echaron a perder. Cuánta similitud frutal existió aquél día con las personas.
Hay frutas, que como personas, perecen y no se dan cuenta. En las relaciones sociales hay ramificaciones frutales poco saludables y lesivas para el crecimiento de otras; y aunque no se perciba, con el tiempo, estando con otras frutas, estas tenderán a dañarse o verse afectadas también. En la naturaleza como en la sociedad, cortar las partes que están malas o echadas a perder, es sano para poder disfrutar lo necesariamente saludable.
Pero como esas, hay otras que dejamos la semilla de la afectividad y la enseñanza. El valor de la amistad, del amor, de la paciencia o de la autoestima. Hay quienes disfrutan del deleite de nuestro sabor, nuestras conversaciones y pensares. Otros, con nuestros colores y texturas, sonrisas y miradas; pero de algo estoy seguro, y es que todo aquél que nos consume, se ha de llevar algo. Así es que se tejen los lazos e hilos del destino.
Después del provechoso proceso de pensar en frutas y humanos, cuando terminé de prepararme el jugo, me acordé de lo que me dijo mi mejor amigo, tomé el teléfono y le llamé. Mientras replicaba el sonido de la espera, ya miraba yo las hormigas adentrarse en los pequeños lagos de lulo que se hicieron en la mesa de la cocina.
Cuando contestó, lo único que pude decirle fue: "Creo que las frutas sí nos comerían; y aunque consumen vida, también la dan"
Y ustedes, ¿Qué semilla quisieran dejarle al mundo?
Photography by Jean-Philippe Delberghe
25 de agosto del 2021
Se dice que a la gente buena le pasan cosas buenas, y a la gente mala le pasan cosas malas; pero también a la gente buena le pasan cosas malas, y a la gente mala le pasan cosas buenas.
Y a partir de esto, hay todo un dilema perceptivo de cómo se interpreta el mundo desde nuestros lentes racionales. La cosmovisión de las cosas, los juicios que creamos, las interpretaciones de las situaciones, los pensamientos que incubamos en otros, las creencias que sirven como derroteros de vida, y hasta las mismas opiniones que se dictan, tienen un origen psíquico y social.
La aplicabilidad de nuestro actuar, claramente está prescindido por lo que a través de nuestro pensamiento, le signifique; eso quiere decir, que no hay un comportamiento previo, sin que antes nos hayamos hecho una idea de qué es lo que vamos hacer.
Es por eso, que a través del primer contacto con la vida y con las situaciones, es cómo describimos nuestro diario; decidiendo qué ver en nuestra vida y que rehusamos observar... Y, ¿Acaso eso será consciente o inconsciente? , más bien, ¿Voluntario o involuntario?
Hablando de perspectivas y posiciones, por mi parte he sido miope durante mucho tiempo; bueno, hasta que también se me encontró que tengo astigmatismo. He tenido cuantas fórmulas, como gafas, hasta ahora. Unas blancas, otras negras, cafés... unas con fórmula - 3.00, y otras que con -1.25 , pero todas han servido para una cosa, poder ver mejor.
Alguna vez, cuando estaba en una cita de optometría, la señorita que me atendía, se incomodó al atender a un señor que estaba delante de mí. El señor le decía que quería unas gafas específicas que señalaba, y que deseaba también, la misma fórmula de su esposa. Claramente la señorita le mencionó que el marco que él quería, era muy pequeño para su cara, pero que aún así, podría usarlo bajo su voluntad. Sin embargo, la discusión ahondó más en el ambiente del despacho, cuando la señorita le expresó que no podría usar la misma fórmula que su acompañante, dado que tienen visiones diferentes, afecciones diferentes y escalas diferentes. El señor al no lograr obtener lo que quería, furioso, decidió decirle a su esposa que salieran y no volvieran al lugar.
Ante la incomodidad de lo evidenciado, la señorita se acerca a mí y me dice "Ya ve usted la paciencia de algunos al querer solucionar las cosas. No a todas las personas les sirve esa fórmula, ni le encajan tampoco esa montura..." y luego añade "Pero todas comparten la oportunidad de querer ver mejor; aunque algunos no quieran".
Exactamente así son los pensamientos. Cuando una persona se niega a creer lo que su realidad le dice, tratamos de ajustarnos a pensamientos con los que no nos sentimos bien, por el hecho de que otros lo hacen y le son funcionales. Y cuando sucede la ceguera voluntaria, no estamos dispuestos a crear nuestra propia fe en lo que hacemos, vemos y creemos.
Hay pensamientos que te ayudarán a ver con claridad, y otros que sólo te enceguecerán cuando disipes la realidad de las cosas, y creas en cosas que no te sentirás satisfecho al hacerlo.
El no tener una visión transparente de un pensamiento, la firmeza de alguna creencia o el valor de tu propio juicio, fácilmente te dejarás guiar por aquellas gafas ajenas, que en la suposición de ver "bien", no te servirán para lo que necesitas ver... la verdad de tu realidad. Sin embargo, cuando usas tus gafas, y conoces realmente tu lente, al probarte otras gafas, quizá y te ayuden a ver otra perspectiva de la vida. Habrá situaciones en que probablemente nos sirvan las mismas gafas de otros, y podamos sentirnos cómodos con ellas, pero aseguro que la vivencia visual será bastante diferente de cada persona.
Hay pensamientos que aunque no son tuyos, ni los compartes, en algún momento te ayudarán a ver el foco de la verdad; algo que con las tuyas no habías podido ver. Así aplica para todo... para la comprensión de la felicidad, la tristeza, el amor, el llanto, la esperanza, la agonía; algo que todos hemos comprendido y las hemos sentido, cada uno la experimenta de distinta manera.
En ciertos momentos de nuestra vida, nos rehusamos a ver lo que necesitamos creer o ver... y sí, puede doler, pero una realidad más clara, nos ayuda a obtener un panorama más claro de nuestras respuestas. Una creencia con valor propio, ayuda a dar luz al camino de los proyectos personales.
Los pensamientos son posibilidades y herramientas de construcción racional y emocional.
Al final, salí del consultorio con un nuevo modelo, y con una nueva fórmula. Como todas las veces, dolía la cabeza, pero sabía que me acostumbraría más tarde... porque a pesar de que las cosas parezcan difíciles al inicio, todo será cuestión de acomodarnos bien las gafas... o ¿Los pensamientos?
Y ustedes, ¿Qué gafas quieres empezar a usar?, ¿Recetadas o ajenas?
Photography by Jeremy Lishner
18 de agosto del 2021
¿Qué somos, si no el producto de la integralidad de los sentidos? , ¿Una vista que prepondera más que la razón? O ¿Acaso es una cuestión perceptiva de la interpretación de los hechos?
Al hablar del humano, es indefectible que también se hable de lo más primitivo de este; su carácter fenomenológico al actuar a través de sus pasiones y deseos, como también, el ecosistema natural y social en el que ha venido conviviendo.
Alguna vez, mientras trabajaba, se abrió la brecha del descanso mental. De esos instantes en que se queda mirando a la nada, pero pensando de todo.
Luego de unos tantos sonidos, me di cuenta que en mi ventana, al lado derecho, donde podía visualizar la calle, había en el interior de mi oficina, una mosca golpeándose con el vidrio del ventanal; intentando salir a través de este, con ese zumbido único que producen de cuando se enfadan.
Decidí tomar unos minutos para analizar tal acto, y poder interiorizarlo un poco más en mi vida. Quizá y así, en esos pequeños detalles naturales, es que se pueda llegar a las reflexiones necesarias a recordar.
La mosca, en su empeño por querer salir, se golpeaba tantas veces pude contar. Pensando que estaba fuera, no podía conciliar cómo sus grandes y anaranjados ojos, le desmentían cuando su cuerpo, brusca, y rápidamente, se estrujaba con una forma casi invisible; el vidrio.
Con tal convicción, la mosca seguía intentando una, y otra, y otra vez. A pesar de sus ya agotadas alas, y el esfuerzo que cometía estrellarse, esta seguía con su idea de que atravesaría algo que, si bien una parte de ella le decía que "no está" , otra le advierte de su "imposibilidad" al querer salir.
Luego empecé a cavilar. El vidrio siquiera puede interpretarse como en materia, lo que es. Es más que ese plasma estático transparente que se ve, que se toca, que se escucha, y hasta ese sonido que se reconoce a leguas. El vidrio tomará el significado que le queramos tomar, siendo indetectable al principio, luego de tantos golpeteos, dudaremos de por qué no logramos atravesar ciertos caminos o situaciones.
Como era de esperarse, llegué a la conclusión de que la mosca no tenía instaurado en su consciencia primitiva, que por más que intente, no logrará sobrepasar lo que sus grandes y miles de diminutos ojos le dicen; volar a través de algo que aunque no se ve, claramente se siente. Coincidentalmente así somos algunos humanos; no vemos más allá de lo que nuestras impulsivas emociones, en un primer momento, nos dicen que es lo correcto.
En términos masivos, es aplicable a cualquier situación mundana. Como los vidrios, existen algunas personas, que a pesar de que están en nuestro círculo social y rutinario, pensamos que el estar con ellas, es y ha sido sinónimo de "felicidad y estabilidad"; creemos que son funcionales en nuestras vidas, pero seguimos pensando en por qué no logramos concebir, nuestra falta de satisfacción, o sentirnos enteramente plácidos con estas relaciones y vínculos. Supe entonces que así es el sufrimiento, los miedos, la conformidad, la ansiedad, los problemas, las inseguridades, los juicios, las personas, las relaciones, las ideas, las creencias, e incluso, ciertas actividades. Hasta podríamos hablar del reflejo y el ego. El espejo, a diferencia del vidrio, aunque siguiese siendo un dique para traspasar el otro lado, este no nos muestra lo que está detrás, sino el reflejo de lo que ante él se pone; nosotros mismos. Y no es lo que nosotros queramos ver, si no lo que él nos muestra en su realidad.
Al final, todos estos aspectos se camuflan en la invisibilidad de lo "normal", lo "apenas notable", la "costumbre" de nuestros ojos y nuestra vida. Podrás decirte con argucia que es algo que podrás pasar, dominar y atravesar, pero como realmente no lo tocamos, más que sólo lo percibimos con un sentido, creemos controlarlo.
Así es la verdad contrapuesta en la mentira; nos inventamos una supuesta verdad que queremos, que deseamos, y que sobre todo no dejamos desvanecer o siquiera dudar porque sea falsa, dada su vidriera que parece "Sana"; pero en el fondo, es algo que se sufre pasivamente. Ahora, y concibiendo la oportunidad de traspasarlo, la mejor forma de afrontar el conflicto es, primero comprenderlo, aceptarlo y luego transformarlo.
Como cualquier vicisitud en la vida, todo tendrá una salida... siendo metafórica e inventada, pero la hay. Dejé de mirar la mosca, y me reincorporé en el trabajo que se me había acumulado por estar embelesado viéndola.
Después de que me levanté para entregarle a mi compañera de trabajo unos informes, me comentó -"Estos insectos molestan y molestan, para después estar en todas partes"- , señalando una mosca, fuera, en la parte exterior del vidrio. Es ahí que se comprende, en que una vez interiorizado el problema, será más fácil atravesar la duda y salir con lo real de nuestros deseos.
Y ustedes, ¿Qué vidrio creen que han tenido y hasta ahora se dan cuenta de él?
ANÁLISIS CRÍTICO DE CINTA CINEMATOGRÁFICA “LA OLA (DIE WELLE)” DESDE UNA POSTURA SOCIAL PSICÓLOGICA; A LA LUZ DE LA UNIFICACIÓN DEL CONDUCTISMO, LA PSICOLOGÍA EXPERIMENTAL Y EL SOCIOCOGNITIVISMO.
“Ante la angustia, la desesperación y la soledad, el ser humano presenta múltiples formas de adherirse a lo seguro y poco volátil… física como simbólicamente”
La “ola” o como en su lengua originaria alemana DIE WELLE, es una película fascinante, cautivadora y excéntrica, que aborda una perspectiva psicológica y social del fanatismo, las raíces del fascismo y la ideología de una dictadura.
Esta trama puede abordarse de una manera macro o micro explicativa. Por lo que optaré a lo largo de este análisis en trabajar dinámica y simultáneamente con estas perspectivas.
Toda idea, pensamiento, creencia, esquema o percepción, comienza desde unos cimientos si apenas formados, que luego darán forma y tomarán fuerza acorde al aprendizaje y los nuevos conocimientos. El docente Rainer Wenger, licenciado de ciencias políticas y deportes, al querer dictar la clase de anarquía y conformarse con autocracia, empieza a implantar una idea en las “lábiles” mentes de sus estudiantes. Desconociendo el producto que podría llegar a tener, Rainer o como se autodenominó “Sr. Wenger”, comenzó a explicar en qué consistía la autocracia. Y es allí, donde su discurso elocuente empezaría a sobreponerse ante la “ignorancia” del desconocimiento político e ideológico de fuerzas sociales. Este comenzó a formar una percepción no solo como un ejercicio básico estimulante… sino como un ejercicio constructivista y transformador de los conflictos políticos e ideológicos de la historia política y social.
En cuanto a la percepción social, comenzó siendo mediatizado por la intención de aprender acerca de un proyecto y un simple ejercicio académico, pero que posteriormente se rigidizaría tácitamente como algo estable, poco cambiante y dotado de empatía y unicidad. Cimentado en creencias ideológicas de vigilancia, liderazgo, ordenamiento y poder grupal.
Pero aquí en la ola no habían perceptores organizando, ni etiquetando rasgos ajenos o afines a los propios. No existía un procesamiento cognitivo tan formal de clasificar y pasar por etapas de filtros selectivos, ya que todo estaba formando en un concepto de unicidad, disciplina, espíritu de grupo y altruismo distorsionado. Si, formado por un concepto al que me gustaría llamar “actos altruistas distorsionados”, saliéndose del significado propio y real del actuar desinteresadamente, ya que aquí, en los actos como defender a los individuos que pertenecían a la “ola” eran con un beneficio e intencionalidad característica de salvaguardar a los de la organización o estructura. Esto, vislumbraba claramente un acto guiado hacia la meta e ideología del movimiento. Y es que eso querían hacer con la uniformidad; contribuir a la diferencia social y eliminar la individualidad con sus creencias, valores, ideales, vestimenta e incluso saludos (Greetings)
Sin embargo, quiero tomarme un momento y analizar los conceptos de PROPÓSITO y SENTIDO. Para el caso específico del alumno Tim, quien vivía una vida sin sentido, sin propósito y sin alguna existencia que fuese dotada con algún aliciente; lidiando frecuentemente con padres desinteresados por su qué hacer y su pensar, la “ola” le brindó un sentido de vida de inconmensurable valor, sirviendo de asidero pero que también produciría una incontrolable e indómita sensación que lo llevó hacia el fanatismo, muy dogmático diría yo, y posteriormente hacia el suicidio. Quizás, este apartado podría estar ligado metafóricamente con el dilema de ¿Por qué el ser humano se aferra tanto a la vida y al SENTIDO que esta provoca? y por otro lado, su angustia y preocupación hacia la muerte.
Todo este tipo de comportamiento, personalmente infiero que fue basado en la seguridad del entorno, la igualdad del trato y algo muy importante que quiero destacar, y es la IDENTIDAD SOCIAL. Este movimiento, este grupo, esta estructura brindaba a cada uno de los miembros, una identidad, un rol y una determinada función con normativas claras; primero de tipo conductual y luego de tipo ideológico. Como bien lo saben describir (Villanueva, Cartwright, Zander, Thibaut, & Kelley, 2003): “Las normas organizan, dan lugar a los roles de cada miembro y según la posición de los roles se deriva el estatus de los individuos dentro del grupo”. Esto, teniendo en cuenta que pasó de ser un grupo simplemente interactivo, a un grupo categorial. En éste se sentían totalmente participativos, válidos e importantes debido a cada rol que desempeñaban y daban SENTIDO al movimiento. Quiero apoyar este postulado que hago, en la medida que (Villanueva) refiere:” Los individuos se sienten miembros del grupo con el que están identificados, del que se sienten parte, por definición” (p.90).
Aquí, encajaría perfectamente el término de Festinger, cohesión grupal. Este sentimiento de grupalidad y todo este conjunto de fuerzas, más “positivas” que “negativas”, que ejercían cierta atracción hacia los miembros, daría lugar a la persistencia y constancia de su ideología por una cuestión de decisión de mayoría. Aquí, no habría tanto énfasis en cuanto a la polarización grupal, dado que el pensamiento se daba desde un punto de referencia o podría llamarlo “líder”, quien guiaba el mismo movimiento al principio de forma directa, y lo irónico también de la diversidad del lenguaje y la interpretación, pero que posteriormente se daría de forma indirecta.
El sentirse parte de algo álgido, los motivaba y los exhortaba a persistir en él… cubrían todas sus inseguridades, ilusiones, aspiraciones y temores en la unicidad del grupo, como bien lo mencionaron cada uno en el escrito final, leído en el auditorio. También, influía en gran medida el consenso de la clase, la presión que ejercía la misma temática y la argumentación de pertenecer y no pertenecer. Esto, ejercía cierto poder de tipo simbólico. (Villanueva) refiere que “ cuando los recursos en que se basa el poder son simbólicos las presiones sobre el individuo son más bien internas”. La influencia social se desarrolla de una manera veloz en este caso. Es allí, donde la alumna Karo, quien comienza a ser disidente ante el rechazo y la disonancia cognitiva, se ve directamente influenciada y es rechazada totalmente del movimiento.
Asimismo, conocer hasta qué punto un grupo, estructura u organización es delimitada bajo las normas, las directrices, la evaluación, el análisis y la supervisión de los reactivos, es de suma importancia; dado que tenemos que prevenir que un movimiento se convierta en fanatismo, fascismo o incluso dictadura… saliéndose y excluyendo los ideales y valores principales, para luego tergiversar todo esto. Como producto de ello, surgió el vandalismo, la inclusión de personas al grupo que siquiera conocían los ideales o los cimientos de esté, la discriminación y la criminalidad en la ola.
Lo interesante a analizar y destacar, es que la “minoría” que comenzaba a realizar un conflicto cognitivo con los demás grupos “sociales”, al final fue víctima también de un nuevo conflicto cognitivo liderado por únicamente dos personas en oposición del grupo, las alumnas Karo y Mona. Y es que estos procesos se daban gracias a lo que (Mugny & Villanueva., 2003) denominó “ La coherencia, la persistencia y la firmeza en el mantenimiento de sus posiciones opuestos a las mayorías; como principal razón de éxito en un contexto de innovación” (p. 99)
Es realmente paradójico ver como estos procesos de cambio y transformación de la “mayoría” y “minoría” se dan de una forma inexorable. A medida que una minoría se transforma en una mayoría, habrán otros grupos y estructuras realizando el mismo ejercicio disidente.
Al final, el ejercicio que hizo el “Sr. Wenger” de cavar y ahondar más allá de ideales impuestos en clase, para desarrollar una representación tanto simbólica (del discurso) como física (de los actos) de lo que se estaba convirtiendo un simple proyecto de clase, a una formación básica de dictadura. Este acto de reunión erradicó la génesis que alguna vez él “indirecta o directamente” creó con el proyecto de clase, teniendo como producto una reflexión bastante álgida y concisa sobre los estudiantes. Sin embargo, el aferrarse a un sentido, a una significación y a un propósito de forma extrema, desinhibida y para nada delimitada, llevaría a que un individuo del grupo tomara medidas represivas de la no extinción de la ola. Dos muertes… un homicidio y un suicidio, sería uno de los tantos reactivos que producirían la implantación de una idea, una creencia, disciplina conductual y cognitiva, una simple “política” o un ejercicio de clase.
El postulado que alguna vez un alumno argumentó en clase, de que no pudiese existir nuevamente en Alemania una dictadura bajo las raíces fascistas, debido a la modernización y al “aprendizaje” que había dejado la primera y segunda guerra mundial, emergería desde un postulado algo imposible, a algo posible e indefectible.
Quisiera para finalizar, traer a colación estos factores que suceden en la película y en asociación directa con los conceptos y términos de la psicología social, la problemática del conflicto armado que sucede en la ciudad de Medellín y la población Colombiana. Para mí, la relación de poder, la influencia de poder y la disputa entre mayorías y minorías, son factores y componentes que inciden radicalmente en las bandas delincuencias o al margen de la ley. Estas pueden verse claramente exploradas y analizadas desde todo el corte psicológico social y comunitaria. Ahora, el recuerdo o reminiscencia de que alguna vez vi en un documental llamado “La sierra”, un victimario e irónicamente una víctima también, comentó en la entrevista… “Todos van a querer el poder. La guerra nunca se va acabar, porque todos quieren mandar y mientras uno esté arriba, se tiene es que cuidar de los otros que vienen por uno a buscar el poder”
Mugny, G., & Villanueva., C. F. (2003). Psicologías sociales en el umbral del siglo XXI.
Villanueva, C. F. (2003). Las psicologías sociales en el umbral del siglo XXI.
Villanueva, C. F., Cartwright, Zander, Thibaut, & Kelley. (2003). Psicologías sociales en el umbral del siglo XXI.