Photography by Ksenia Chernaya
15 de octubre del 2021
¿Qué va a saber uno de albañilería, si poco ha resanado sus huecos?
Lo que sé de construcción, es lo que he visto. Hasta ahora, nunca me había puesto en la tarea de ejemplificarme y construirme tanto, como en la obra más importante.
Qué día iba yo caminando, encontrándome de paso con las casas patrimoniales de la ciudad. De esas construcciones antiguas que llevan años en el mismo lugar, con más historias que pinturas encima, y que en su fachada se le ven las caricias del tiempo y de las familias que la habitaron. En contraste, al lado de la más antigua, estaban tumbando una, de color pardo, para edificar proyectos más modernos y contemporáneos. Bien ostensible la idea arquitectónica de cambio; así como la de ver jugar al recién nacido con su abuelo.
Viéndose desde la lectura, tal parece que a veces no somos tan perceptivos de dónde y cómo hemos estado viviendo. Los rituales que tenemos con nuestra casa, y el mantenimiento faltante. Así que, contemplen por un momento la idea de una casa propia; un hogar. Pero esta vez, una que camina y razona. Y que desde el inicio de la construcción de estas nuevas casas, a unas les haya tomado en hacerse 8 meses, otras 9, y otras, desafortunadamente no lograron terminarla. Piensen, que ninguna de ellas, se entregó en su completud. En la placenta de la idea, todas fueron encubadas para hacerse y rehacerse a gusto del dueño; siendo recibidas al mundo en obra negra.
Presten atención, que lo bonito de todo esto, es ver cómo empiezan a crearse una idea primaria de la casa, y luego, una vez se dan cuenta que están los materiales, comenzar por construirla. Se pensará en cuánto medirá y cuánto tardará. Se tirará el mortero y se armarán las estructuras de metal, para luego, rellenarlas con cemento; siendo estas últimas, las vigas principales del sostenimiento eterno. Porque algo sí es cierto, y es que antes de habitar esa casa, primero nos engendraron en el pensamiento de querer tenerla.
Ya con el tiempo, se le irán poniendo los ventanales y las puertas que más se ajusten a los gustos de sus futuros dueños. Hay dueños que les gusta tener ventanas grandes y vistosas, como si no les importase que vean más lo de adentro, que la fachada. Otros se resguardan más en lo formal y estructural del diseño original; una arquetipo más desapercibido y menos vistoso.
Hay unas casas que tendrán puertas muy grandes, y otras pequeñas. Habrán quienes prefieran puertas gruesas, difíciles de entrar, y otros optarán por delgadas, de fácil acceso. Así, como la confianza que depositamos en quienes quieran entrar.
Se definirán luego qué tipo de piso quieren ponerles, los acabados, los colores de las paredes, y en términos finales, la decoración, los muebles, camas y demás. Hay casas que tienen decorados sencillos, no tan expresivos. Y otras muy detallados, complicados de entender a primera vista y hechos al reflejo del dueño. Pero así como se entiende, sí, cada casa es una personalidad diferente. Y siendo así, les preguntaría si vivirían en ellas, pero no es necesario pensar en la respuesta, pues sus nacimientos fueron ya la firma del contrato.
No hay más piel, que en la casa de la personalidad; nuestra casa. Nosotros, como un todo, somos esas casas andantes y peregrinas; de un lado para otro, con las únicas mudanzas internas. Abrimos cuartos, cerramos cuartos, creamos cuartos. Nos pintamos, nos cambiamos de color, movemos esto, movemos aquello. La decoramos, quitamos cuadros, cambiamos de muebles. Ponemos cosas nuevas, quitamos algunas viejas, pero siempre habrán objetos y memorias que dejaremos por mucho más tiempo; y sin embargo, con tanta transformación, la estructura siempre será la misma.
Ahora es cuando más valor damos al ser dueños e inquilinos de la propia construcción. Porque desde que se nos entregó este cuerpo y esta mente que habitamos, sellamos el pacto de comprometernos a ser los arquitectos de nuestra vida y destino.
En nuestra casa, habrán quienes harán de nosotros, un lugar de paso. Otros querrán quedarse por mucho tiempo. Hubieron personas que no fueron muy funcionales con su estadía y fueron deteriorándonos. Y a pesar de ello, en la contraparte de la edificación, hay quienes nos ayudan a seguir construyéndonos. Hay que resanar esos huecos que nos dejaron y nos dejamos. Cambiar las luces que se fundieron, y poner nuevas. Pero sobre todo, arreglar y tapar las grietas que nos marcaron.
Por otra parte, es comprensible que no siempre la han de encontrar limpia. En esos casos, es cuando más somos conscientes de la necesidad de limpiar los recuerdos lesivos, esos que ya perecieron. Sacudir las enervantes experiencias que empolvaron nuestros más preciados artículos, y entre tanto, reparar la humedad de los lamentos que nunca pudimos cambiar. También habrán habitaciones que son difíciles de abrir, como la de las heridas. Pero bastará con entrar y asear, poco a poco, para saber que en esos cuartos, podemos ubicar nuevas experiencias; darle espacio a otros objetivos y proyectos.
Y sí, también habrán quienes no se habituaran a vivirse en ellos mismos, y por eso deciden vivirse en otros. Estar siempre a merced de las decisiones, opiniones y hasta creencias de otras casas; siendo costoso el pago emocional de ese arrendamiento ajeno. Estos arrendatarios, no alcanzarán a conocerse más que a sí mismos, en su propia naturaleza, en el propio hogar de su personalidad. Entender cómo funciona mi casa, es entender quién soy desde adentro, para compartir lo que soy hacia afuera.
Y no sólo para que otros inquilinos o visitantes puedan habitarla bien, y bonita, sino para que nosotros mismos podamos habituarnos a sentirnos bien estando dentro de sí mismos.
El transcurso de la vida, es como el de una casa; seguirá estando, en tanto hagamos honor a lo que hemos construido, y no a lo que nos hace falta. La casa de ensueño ya está, es cuestión de sostenerla con limpieza y alimentarla mejor con autoestima. Al final, nosotros somos los que hacemos de nuestra casa, un hogar; lo demás, es ladrillo, madera y cemento.
Y ustedes... ¿A quién invitarían a quedarse en su casa?