Photography by Sergey Vinogradov
17 de noviembre del 2021
Cuando fastidia más la cicatriz que la herida, es porque nunca sanó del todo.
Alguna vez, estando en una sala de urgencias, me di cuenta que la mente y el cuerpo están más conectados de lo que uno pudiese llegar a pensar.
Era año nuevo, y todos en la calle estaban festejando el despido del viejo. Desde el silencio de adentro, se podía escuchar básicamente dos cosas: las enfermeras y médicos murmurando procedimientos, y el bullicio musical de las voces cantando afuera.
El punto es que, me encontraba allí porque mamá se había cortado un dedo lavando un vaso de vidrio. Al parecer, de la fuerza que hizo ella al lavarlo, lo quebró y se le enterró una punta entre el dedo índice y el pulgar; horas antes, habíamos tenido una discusión. Pero, lo realmente interesante de las cicatrices no sólo son sus formas estéticas; que algunas sean gruesas y otras delgadas. Sus ubicaciones en el cuerpo, sus colores o cuántos puntos le pusieron... sino sus historias.
Una señora que estaba allí, me miró distraído y preocupado, pues sabía que no me dejaban estar tanto tiempo en la sala y que pronto me sacarían. Ella estaba en la otra camilla, al lado derecho de la nuestra. Me llamó con la mirada y me preguntó que qué hacía allí si no se me veía herida alguna; no me iba a creer si le hubiese dicho que la herida la tenía en la mente. "Mijo, tranquilo que si del pellejo se trata, todo sana. Pero de aquí -y señalando su corazón- a veces no" sonriendo luego y guiñándome el ojo. Yo sólo pude responderle con una sonrisa de vuelta y asentir con la cabeza.
A hoy, sigo sin recordar su nombre; creo que se llamaba Gloria, o Marleny, no recuerdo bien. Pero de lo que sí, es que cuando salí con mamá, después de que le cocieran la herida con puntos, me enteré que ella había sufrido un infarto y por eso estaba allí; ah ¡Y la sonrisa! , tenía sonrisa bonita. Y es que a decir verdad, creo que cuando señaló su pecho, lo dijo más por la emoción que llegó a provocarle el suceso, que por la afección del mismo órgano.
Me doy cuenta tiempo después, mirando mis cicatrices mentales, que las heridas y los traumas, tienen un proceso psíquico también; unas fases o etapas.
En el primer proceso (A), inevitablemente, como impacto inicial, duelen, sorprenden. Se crea una herida o un trauma a partir de una situación previa. Cuando no somos nosotros quienes las hacemos voluntariamente, la mayoría de ellas suelen ser imprevistas, entendiéndose que nunca se está lo suficientemente preparado para recibirlas. El proceso tiende a ser bastante doloroso, y dependiendo del tipo, pueden surgir todo tipo de emociones. Miedo, angustia, ansiedad o temor.
Entre este proceso y el otro, dependiendo del trauma, se debe dejar que la herida respire. Si la herida se tapa por mucho tiempo, no permitirá un completo y funcional desarrollo de curación -emocional-
Luego, (B) se convierte en un proceso de asimilación, sanación y recuperación. Se empieza asimilar la herida. ¿Cómo fue que sucedió?, ¿Qué hubiese pasado si se llegase a evitar?, ¿Qué tan profunda es y cómo es que se debe de cuidar? Luego de asimilar y entender, llegará el arduo momento de su evolución; sanar y recuperarse. El tejido muerto tendrá que ser retirado y eliminado para dar paso a la regeneración -emocional-. Este momento durará en completarse sanamente, dependiendo de ciertas cuestiones. Qué tanta voluntad tenga en echarse o aplicarse algo para ayudarle en su evolución, qué tanta paciencia emplee en dejar que cure a su ritmo, qué hacer para que no empeore, y sobre todo, qué tan bien la cuide.
Por último, (C) el proceso de la cicatrización. Cuando empieza a salir costra, y comienza a picar. Ahí se da de cuenta que está sanando. Hay procesos que tardan días, meses e incluso años. Todo dependerá de múltiples factores también. Hay heridas que ya han cicatrizado superficialmente, pero siguen en su proceso de curación internamente, y no lo sabemos hasta que lo sentimos -emocionalmente-. Sin embargo, todo el cuerpo pone de su energía para cerrar lo que lo afecta.
Una vez cicatrizada correctamente tanto interna, como externamente, estaremos a gustos con la ausencia del dolor. Aparecerán ciertas emociones reconfortantes de calma, alivio, serenidad y tranquilidad. Y aunque dejan marcas, nos enseña también el valor del tiempo en su imagen grabada corporalmente.
Todas estas afecciones, como en la corporalidad, se pueden tipificar y hasta explicar en un terreno mental; y ese es el sentido neural de este artículo. Hay heridas abiertas, traumas internos; fisuras, quemaduras. Depende del trauma, hay heridas que cicatrizan, y cicatrices que siguen abiertas. Pero, si el cuerpo ya tiene el mecanismo para crear la protección antes los traumas y la generación de un nuevo tejido. ¿Por qué aún nos cuesta mentalmente encontrar el proceso?
Queremos remover lo que nos aflige rápidamente porque nos incomoda. Pero ¿Cómo?, si lo que nos incomoda nos está expresando claramente una respuesta de rechazo. ¿Rechazo a qué? A eso, a vivenciar la herida y su proceso de cicatrización. En nuestra génesis, la evolución y la adaptación emocional humana, en sociedades primitivas, que pronto serían racionales y ahora actuales, está instaurado el recurso de la resiliencia. Ese instrumento inherente que nos ayuda a superar las circunstancias mundanas más devastadoras de nuestra existencia.
Ahora bien, se preguntarán entonces, ¿Qué hacer con estos traumas o heridas mentales?, desde las más superficiales, como discusiones cotidianas, inseguridades, falta de autoestima, ausencias en la infancia, o rupturas y desamores, hasta las más profundas, como el duelo de la muerte de un familiar, abusos sexuales, los arrepentimientos decisivos o las enfermedades.
Les diría que los elementos pueden cambiar o variar, pero el proceso seguirá siendo igual. Para aquellos tipos de afecciones que no se "ven" a simple vista, dependerá de cada caso. Hay casos en los que la herida sigue abierta, y otros en los que ya cicatrizó pero no sanó en su totalidad. Hay diferentes recursos que se utilizan en el transcurso del proceso. Hay uno, que consta en asimilar lo que aflige; comprenderlo, entender su incomodidad y dolor para dar lugar a su origen y así entender, desde lo real, qué sucedió para trabajarlo desde allí; desde lo que nunca se comprendió.
Para otros casos está la catarsis; expresar a través de múltiples formas como cualquier arte, o afianzarse en un deporte, como rutina saludable. La música, la escritura, desplegar todo aquello que silenció y quedó pasivo; sacarlo, para posteriormente tener la capacidad y la certeza de soltarlo.
Otro, es tener un diálogo con la herida, que es bastante funcional. Claramente dependiendo de la herida y de la personalidad. Hablar con el trauma, personificar el trauma, aceptar el trauma. Con el suficiente acompañamiento profesional, hará del proceso una transformación más rica recursivamente. Siendo la herida, sabré qué fui y qué quiero ser cerrando mi ciclo con la cicatrización correcta.
Para otros, el retornar y vivenciar el dolor también es sanador. En estos casos, la herida nunca se sintió conscientemente y se hizo a un lado para evitar confrontarse consigo mismo y con la sensación de disgusto que les provocaba el dolor. Una vez interiorizada esa experiencia, el asumir el dolor procede luego a prepararse para sanar y sentirse aliviado. A fin de cuentas, eso somos los humanos; evolución, cambio y transformación.
Entre tanto, terminando mi reflexión y preguntándome por aquellos procesos que en la vida pasan, y las respuestas que se postra ante nuestros ojos... ¿Será que la mente emula o imita lo que al cuerpo le pasa? o ¿Es el cuerpo el que somatiza lo que la mente quiere decir? Aunque, si de algo estoy seguro, es que nunca habrán traumas, ni heridas emocionales que no sanen; porque con tiempo, voluntad, compromiso y suficiente amor, todo se cura.
Y ustedes... ¿Ya sanaron?