Sculpture by Kathleen Ryan.
02 de septiembre del 2021
Debo admitir que nunca fui tan amante a las frutas, como hasta ahora. Desde niño se me enseñó que debía de comer todas las frutas para estar saludable; pero nunca se me enseñó a identificar cuál fruta era la que realmente me gustaba.
Con el tiempo, comprendí que soy más de dulces, que de ácidas. Aunque ambas me siguen gustando. Y tal parece que lo dulce, lo salado, lo ácido y lo amargo, tienen más relación con la vida, de lo que uno cree.
Cuando estudiaba, una vez en la escuela, mi mejor amigo me preguntó mientras comíamos en el lisadero, "Si las frutas tuvieran vida ¿Crees que nos comerían a nosotros?", ese día no supe responderle, me reí y seguí mordiendo la manzana verde que me habían empacado para el recreo.
Me pregunté también ese mismo día por qué a algunos niños le enviaban siempre las mismas frutas, y a otros no. Quizá y era porque se ajustaban a las necesidades de las familias; o probablemente era el gusto de ciertas frutas por los padres, que forzosa e inconscientemente se fue heredando a sus hijos. Ahora entiendo por qué a papá le gusta tanto el vino. Seguramente eso haya pasado con ciertos comportamientos, manías y hasta miedos, que los hijos aprendían de sus padres.
¿Alguna vez se habían preguntado qué relación tienen ciertas frutas con los humanos?, o siquiera el pensar que existe más de nosotros como humanos en ellas, que ellas como frutas en nosotros...
Hay personas que son como las frutas. Diría yo, que cualquiera pudiese asemejarse a una fruta. Hay frutas de todos los sabores, como personas de todas las personalidades. Amarillas, verdes, azules y naranjas, también. Personas sociables, retraídas, eufóricas o tímidas. Unas saben mal al principio, pero después de consumirlas con frecuencia, te acostumbras a su sabor. A unas sólo les pruebas, y a otras las consumes todas. Algunas frutas sirven después de usadas con sus cáscaras, y otras simplemente se dejan de consumir. Hay toda una diversidad.
Pero de todo esto, hay algo que entre ambos se comparten, y es la capacidad de transmutarse ciertas cosas.
Hay algunas frutas que crecen en terrenos áridos y desolados, en que a veces le llega el sol, y otras veces en que no. Unas alcanzan a vivir, y otras perecen por su contexto. Hay personas que tuvieron una crianza con poca oportunidad de dejarlos crecer, o verse guiados; y otras en que les permiten conocerse desde la intimidad de sus gustos y afinidades. En ese ese árbol, llamado planta o vida, es el que en un inicio te engendra, luego te ayuda a crecer con sus ramas y tallos; y finalmente, te suelta cuando estás listo para cumplir tus funciones en el mundo... alimentar y ayudar a los otros con tu energía vital. Exactamente, lo que se acaba de leer, es interpretado hacia lo que somos y vivimos como humanos.
Verán, como las frutas, así pasa con las personas y las etiquetas. Que alguien te diga que una persona actúa de tal forma, no tiene que ser verdadera esa primera impresión. Permítete conocer y degustar de la personalidad de la otra persona; en la vivencia y en el sabor, es que se aprende a conocer de gustos y afinidades.
Eso me enseñó a que no todas las frutas que te digan que están buenas, es porque te gustan. Tienes que aprender y tomarte el tiempo en probar e identificar sus sabores; formas de pensar, de actuar y de relacionarse. Y es que no hay frutas buenas o malas, hay frutas para cada persona.
La otra vez compré unos lulos frescos y les dejé en la despensa. A los dos días, cuando iba a prepararme un jugo, agarré uno y no me di cuenta que estaba malo, hasta que le percibí la manchita negra. Le corté para ver si todo estaba malo, pero afortunadamente se pudo salvar un poco. Sin embargo, al revisar los otros lulos, esa mancha negra se pasó a los otros, y en menos de tres días, todos se echaron a perder. Cuánta similitud frutal existió aquél día con las personas.
Hay frutas, que como personas, perecen y no se dan cuenta. En las relaciones sociales hay ramificaciones frutales poco saludables y lesivas para el crecimiento de otras; y aunque no se perciba, con el tiempo, estando con otras frutas, estas tenderán a dañarse o verse afectadas también. En la naturaleza como en la sociedad, cortar las partes que están malas o echadas a perder, es sano para poder disfrutar lo necesariamente saludable.
Pero como esas, hay otras que dejamos la semilla de la afectividad y la enseñanza. El valor de la amistad, del amor, de la paciencia o de la autoestima. Hay quienes disfrutan del deleite de nuestro sabor, nuestras conversaciones y pensares. Otros, con nuestros colores y texturas, sonrisas y miradas; pero de algo estoy seguro, y es que todo aquél que nos consume, se ha de llevar algo. Así es que se tejen los lazos e hilos del destino.
Después del provechoso proceso de pensar en frutas y humanos, cuando terminé de prepararme el jugo, me acordé de lo que me dijo mi mejor amigo, tomé el teléfono y le llamé. Mientras replicaba el sonido de la espera, ya miraba yo las hormigas adentrarse en los pequeños lagos de lulo que se hicieron en la mesa de la cocina.
Cuando contestó, lo único que pude decirle fue: "Creo que las frutas sí nos comerían; y aunque consumen vida, también la dan"
Y ustedes, ¿Qué semilla quisieran dejarle al mundo?