"Quien nunca ha viajado a su interior, no reconocerá el por qué de los nuevos caminos que la vida le traza".
¿Servirá de verdad buscar algo que nunca va a cambiar?, ¿algo que ni siquiera podrá verse modificado, alterado o con nuevos relatos?
Ser sabio es reconocer que el pasado transforma al presente, pero que nunca se revoca a sí mismo, ni modifica el futuro. Es por eso que el pasado es una herramienta para encontrar respuestas, más no la respuesta misma. Uno no puede fiarse de la memoria porque siempre estará alterada por la nueva experiencia del hoy, o viciada desde qué posición se quiera recordar.
¿Qué buscará uno entonces en el pasado que lo hurga tanto?, o la verdadera pregunta es ¿Qué se quiere encontrar en él? Si mientras más lo habite, más preguntas. Y mientras más preguntas se gestan, más posibles respuestas nacen.
CAPÍTULO PRIMERO: Entendiendo el camino.
¿De qué nos sirve tanto virar al pasado para tratar de explicar el presente?
Verídico como razonable, nada vuelve igual y nunca tampoco se recuerda igual. Y soy precavido al decir que no es porque desconfiemos de que lo hayamos vivido o no; sino porque la persona que fuimos ya no está. Vivir es una experiencia inevitablemente acumulativa, y el acumular nuevos escenarios nos transforma en otros seres.
Como el pasado no tiene una forma específica, por eso siempre que hurgamos en él, pensamos en una nueva figura. Somos manecillas de un reloj en el que su tiempo ya se extinguió y que ni siquiera sabemos que seguimos girando.
Por eso asiento el postulado que viajar hacia el pasado es un laberinto que la única salida es por donde se entra. Es como un trayecto en el que vas, aprendes a encontrar respuestas con preguntas, extraes lo que te sirva y regresas cuando quieras. Sin embargo, por eso lo laberíntico... porque es difuso, se mueve constantemente en las visitas, no se regresa de la misma forma y no es sencillo encontrar las verdades, ni las explicaciones que buscamos.
Cada vez que viajamos a este, abrimos más y más caminos. Interminable como él solo; y en todos los viajes, se abastece uno con más elementos para afrontar las realidades que pasaron y no pasaron.
Un retorno fantasioso, un pasaje vivenciable. Por eso es que entre más uno lo camine, más uno se encuentra a sí mismo en el recorrido.
No tiene un patrón específico, y ni siquiera una guía de recorrido. Suele cambiar con el tiempo y entre más pasen los años, será más difícil recordar sus vías, y habrán pedazos que se olvidarán.
Cada quién tiene su propio laberinto. Hay unos que lo interpretan como un camino, y otros como un obstáculo. Ciertamente unos quieren entrar y salir rápido, y otros se empeñan detalladamente en transitar por él durante mucho tiempo. Aunque algo sí que es estricto; no se puede existir en él sino solo como lo que es, un viaje y no una vivienda.
Aunque sirve de refugio en algunas ocasiones, vivir en él sería encarcelarse en la ilusión de lo que fue y no fue.
Valiéndose como un travesía, cada quién traza sus caminos como desee. Hay unos que se les hace doloroso por el peso mismo de su pasado. Otros alivianan su andar por lo que tanto han trabajado en descubrirlo y no enemistarse, sino aliarse con él.
Tan pegajosas y conectadas están las emociones con la memoria, que si uno no registrase recuerdos, el tiempo no se dividiría. Suele uno explicarse desde lo que fue y lo que es, cuando la mayor y única explicación posible es lo que se es ahora.
Y bajo esa misma premisa, ni siquiera sabríamos qué es el tiempo porque este se nutre de una línea dotada más allá de números y de sensaciones. ¿Sabemos del tiempo por lo que nos hace sentir, o por lo que vemos?, ¿sabremos realmente que vivimos para morir?, o ¿moriremos mientras vamos viviendo?
Lo que nos ata a las personas, a los lugares y a los objetos incluso, son los recuerdos. Si uno careciera de memoria, también carecería de apego, estoy seguro.
CAPÍTULO SEGUNDO: ¿Se crece retornando?
Es imperativo decir que quien va hacia adelante, crece. Cuando realmente para crecer no se necesita una dirección, sino una voluntad que mueva. Crecer no depende de las distancias, sino de los tramos y las rutas. Cambiamos porque mutamos, y es que el cambio no necesariamente significa que algo deje de ser; significa que algo se movió de su lugar.
Por ejemplo, un catalizador para crecer es la incomodidad. La incomodidad nos hace movernos, y movernos es vida. A la salud no le importa tanto la dirección, sino cómo se transita y se afronta el camino.
En tanto, es vital reconocer que también se crece retornando. Ahora, ¿necesariamente hay que retornar?
En efecto, es diferente devolverse que retornar. Retornar es volver para continuar, y devolverse es retroceder con la idea de no avanzar.
Y claro, como no podemos estudiar algo que no hemos vivido, por eso lo incierto del futuro produce ansiedad. Como seres en necesidad, siempre tratamos de darle un significado a lo que desconocemos, sin si quiera tratar de entender lo que ya somos.
De algo estoy convencido y es que quien viaja hacia el pasado y tiene la valentía de volver, siempre trae algo nuevo que aprendió.
Quien viaje tiene que estar siempre dispuesto o dispuesta a saber una cosa... que nada cambiará de lo que allá veas, pero sí resignificará lo que hoy sientas. No se puede volver a vivir algo, pero sí revivirlo.
Por eso sellamos las acciones con una cláusula vitalicia de no repetible, ni modificable.
Y como todo momento en el que uno afronta el camino de crecer, tiene que abandonar ciertas cosas para dar cabida a otras. Por eso es que caminar en el ayer tiene sus huecos que uno va rellenando; a veces barreras que uno va sobrepasando y piezas que van encajando.
Habrán tramos que no tendrán salida, muros interminables y pasadizos que se esconden. Por eso la aventura está enmarcada solamente en observar lo que se le muestra y regresar sin nada más que lo que recogió en el camino.
A lo mejor y está en nuestra naturaleza el siempre emprender nuevos caminos y rutas; bien sea territoriales o emocionales.
Aunque pensándolo bien, ni siquiera he podido descubrir quién, ni por qué pusieron esos laberintos.