"Al error hay que entenderlo como una forma de vivir".
Al tratar de comprender el error, podríamos acercarnos a una posible interpretación: el error es el proceso, y el logro, el resultado. Pero entonces, ¿qué valdría más? ¿lo que se vivió o lo que se obtuvo?
Por eso es importantísimo estudiar el fenómeno del error desde que nace, crece y se reproduce en nosotros.
Somos un cúmulo de errores. Los logros parecen ser apenas el ápice de la historia. Contamos los errores y los logros como si tuviesen una “medida” real de su beneficio, sin saber que siempre sumará más lo que aprendes que lo que aplicas.
Enaltecemos más un éxito y no reconocemos la cantidad de errores e intentos que se requirieron para alcanzarlo. Y claro, el alimento del éxito es el error. La base de lo exitoso se sostiene sobre columnas y vigas llenas de aprendizajes e intentos.
El meollo del asunto radica en que hoy, más que nunca, hay que darle más mérito al aprendizaje que trae el error que a la gloria transitoria del éxito. Y sí, más que una afirmación es una declaración revolucionaria de guerra contra las ideas contemporáneas que, después de cientos de años, muestran sus consecuencias: lo que no es el "éxito" y lo que sí es verdaderamente la satisfacción del logro a través del error.
Porque tal parece ser que el “éxito” no es estático; hay que estarlo reafirmando constantemente a través de cuestionamientos como: ¿soy más o menos exitoso ahora?, ¿qué necesito para seguir siéndolo?, ¿cómo sostengo mi éxito?, ¿este es el éxito que quiero?
Pero poco nos preguntamos: ¿cómo me tomo ahora los errores?, ¿qué tan bien erro y aprendo hoy?, ¿cuántos errores han pasado para transformarme en lo que quiero ser?, ¿cuál es la gratitud que me trae equivocarme?
Con el error no tenemos una deuda más explícita que la de acudir a él y aprender cuantas veces sea necesario.
Si no, ¿quién ya ha aprendido todo, sin siquiera conocer todo lo que habitamos? Por eso el error no solo es vitalicio y cíclico, sino que es transversal a todo lo que toca.
El error no es celoso del mérito que se le da. Es más callado, porque lo hemos hecho tímido. Cuando la invitación más necesaria es enaltecer el error como avance y descubrimiento de algo nuevo, él es precisamente el "resultado no esperado".
El error es un mecanismo para innovar, un medio de adaptación. Actualmente, quien no erre bien, perece.
¿Y qué es errar bien sino la más oportuna forma de sincerarse consigo mismo sobre el acto cometido y aprendido?
Tenemos la oportunidad, con el error, de aprender desde otros lugares. Y cuando hablo de lugares, no me refiero a un espacio físico, sino mental.
¿Desde qué lugar ahora estamos aprendiendo? El error mueve cosas, y mover es avanzar. No en una dirección específica, sino en el propósito de situarse en otra forma de ver el suceso.
Se manifiesta de muchas formas. Una es la de las segundas oportunidades. Pero estas no son de las que damos los humanos, sino las que dan la vida para reivindicarnos.
Hay que reivindicarnos con el error. Más allá de la conceptualización que le hemos atribuido, o la que nos han dictado atribuirle, solo se entiende experimentándolo e interpretándolo.
Nos han satanizado el error y nosotros, con la tendencia que tenemos de evadir y repudiar el dolor, compramos esa idea.
¡No hay que equivocarse! ¿pero cómo no hacer algo sin siquiera haber intentado desde la prueba del contacto? El equivocarse es inevitable, porque es como si fuera un acercamiento inocente: inocente de sus resultados y de cómo eso es provocador de ciertas emociones.
¡Equivóquese! No podemos tomar este vocablo y estudiarlo así sin más, superficialmente. En el ejercicio de entender algo por sus sinónimos y antónimos, hay que conocerlo a través de lo que es y lo que no es.
No es prudente tergiversar la poderosa magia que tiene el errar. No es sano discrepar de su bello misticismo y creer que solamente es una sensación más… aislada de todo. No, porque no hay nada que conecte más que el error; irrigado de venas del pasado que canalizan reflexiones y análisis de cómo se vive en el hoy.
Hay que diferenciar qué es error y qué es ignorar lo hecho. Si erramos por desconocimiento o aprendizaje y si erramos intencionalmente por ignorancia o renuencia.
Lo que hagas de él en tu mente determinará cómo interpretarás su mensaje.
El compromiso que se espera tener con el error es que aprendas de él. Hacerlo parte del día a día como un maestro, un guía. No tomarlo como una entidad meramente correctiva que daña.
Es ese maestro que no tiene días de labor, porque acude siempre al llamado de interiorizar algo nuevo. No cobra por lo que enseña, sino por cómo no se aprenda. Eso quiere decir que, cuando no se aprenda algo lo suficiente desde la consciencia, te dará más material para seguir errando y cada vez su cobro será más elevado.
Por eso los errores, cuando los cometemos varias veces, pesan más. Pero no porque se cometan per se, sino porque no nos empeñamos en aprender lo que faltó acoplar a nuestro sistema de salud mental.
Nunca lo llamamos, pero siempre lo necesitamos. Casi nunca decimos "Quiero errar". Es entonces que hay que alistarnos para cuando él llegue, aceptar con amor sus enseñanzas. Hay que recibirlo más, y evitarlo menos. Hay que agradecerle más y recriminarle menos.
¡Al error hay que nombrarlo por lo que hace y no por lo que lo utilizan! Dota de conocimientos. Es el máximo proveedor en la adquisición de conocimientos empíricos. Nadie lo pidió, pero nos lo dieron para cumplir sus propósitos. Una labor vocacional diaria que nos acompañará en toda nuestra existencia y seguirá haciendo efectos aún cuando ya no estemos.
El error pretende dar siempre respuestas. Unas más fácilmente descifrables que otras.
Todo requiere una cierta cantidad y cualidad de esfuerzo. Y como hay un compromiso de por medio, necesariamente debe hacerse un esfuerzo para que lo impulse. Por eso hay una deuda con él. Nuestro compromiso con el error es aprender lo que nos intenta decir. Si no, surge lo que muchos hemos atravesado y otros siguen viviendo: seguir ignorando su enseñanza y creer que el error tiene una connotación negativa o, peor, la culpa.
Si se mantiene ese discurso emocional lesivo, se volverá un bucle de sufrimiento de repetir lo que lastima al no querer asimilar sus múltiples formas de mostrarnos la oportunidad al aprender siempre algo nuevo. Es más saludable asimilar un ciclo de errores que genere resultados distintos, que permanecer en uno que siempre ofrece la misma respuesta.
Por eso nunca algo se aprende dos veces de la misma forma, aunque se quiere negar.
Ahora pues, este es el escrito más necesario y justo para justificar los nuevos usos del error. Que, de ahora en adelante, errar no incomode, sino que acomode. Es él quien pone a todos en su lugar y nos da un lugar en la humildad de reconocer lo infinito de experimentar.