Photography by G T.
02 de julio del 2022
Siempre seremos hilo; sólo que nos toca decidir si hilar o descoser.
¿Qué tendrá más valor?, ¿El resultado de una prenda, o el proceso de hacerla?; ¿Qué será más complicado?, ¿Saber cómo quedará, o la impresión al verla? me respondería mi abuela estando viva, "¿Y vos para qué te preocupas tanto? mejor ponétela, y disfruta de cómo te queda mijo"
El olor a plátano, a perfume de antaño maderoso y a tela guardada, siempre me rectificaban que me encontraba en la casa de mi abuela. Una máquina estática del tiempo, una fotografía de los 40's era lo que reflejaba toda su casa.
Bisuterías, vajillas de porcelana y vestidos de flores. Muñecas, y artesanías de colores, eran objetos que guardaban el paso del tiempo de uno de esos lugares en que se sabía a qué hora uno entraba, pero se olvidaba de la salida. Una esfera en el tiempo de lo ilógico, cuando las horas y los minutos se recostaban conmigo en los cubrecamas de hilo, y se acobijaban con las mantas de tela y figuras geométricas. Mi abuela cosía y tejía para distraerse; aunque yo creo que lo hacía más para dejar pedacitos de ella en el tiempo de otros.
Me enteré que dejó de coser, cuando sufrió su ataque al corazón, y la empolvada máquina quedó como un inmóvil pasado al lado de la cocina. Luego, se dedicó sólo a tejer. Le parecía más práctico, menos invasivo y se distraía del sonido que le producía su marca pasos. Me enseñó que los tiempos de la vida, como del tejido, tienen que respetarse y abrazarse; decía que en ocasiones se sentía triste por la soledad, y dejaba un gorro a medias; pero seguía con una porta vasos. Recalcaba siempre que cada tejido que hacía, tenía una historia emocional detrás. Aunque para ser sincero, nunca en ningún proyecto se veía su impresión del estado de ánimo, sino que cuando contaba el proceso de cómo lo hizo, uno se daba cuenta que habían trazos y figuras con un mensaje específico. Unas figuras reflejaban amor, otras remordimiento, y la mayoría gratitud.
Solía regalar casi todo. Mencionaba que no regalaba hilos entrelazados, ni prendas coloridas; regalaba momentos. -Mita, ¿Pero qué puedo regalarte yo, si no sé cocer, ni tejer?- preguntaba yo con 7 años, y un plátano con queso en la boca. - Tu compañía, mijito. Cada vez que venís, me tejes el alma-.
Mi abuela me enseñó que en ocasiones nos toca agarrar la aguja y hacer los detalles por nosotros mismos. Y otras, utilizamos un instrumento más afinado; una máquina dirigida por la visión de qué queremos hacernos a nosotros mismos. Somos máquinas, y también somos los hilos. Enmendamos, atravesamos a unos, arreglamos a otros; y en esa travesía costurera, se moldea también a uno mismo.
El hilo y el tejido nos enseñan que somos capaces de unir. A veces nos tienen que ayudar manualmente a encajar las piezas correctas, y otras veces nos enseñan dónde es suficiente cortar, cuáles son nuestros límites y qué tanto solemos aguantar el peso del algodón. Hay fibras que nos mueven más que otras. Cadenas de hilos que llevamos atados por mucho tiempo, sin reconocer que es un apego. Unos deciden seguir unidos, y otros deciden hacer su propio hilo; porque si lo pensamos, un hilo son la sumatoria de muchas fibras... no tan lejos de lo que nos recrea y nos significamos como seres vivos. Somos el hilo, de la máquina de la vida. El destino como guía, y nuestras decisiones como trazos.
Sí, habrán momentos que se cortarán, otros prendas en las que nos tocará reconstruir de nuevo la pieza, pero esa es la confección; más bien la vida humana. Dejarse tejer emocionalmente, y conocer que se puede enmendar lo que está roto. No siempre se estará dispuesto, tampoco siempre seremos del grosor o el color preferido... pero sí siempre sabremos del material que estamos hechos.
Sí, hay texturas que no son fáciles de penetrar y agujerear con nuestros pensares y discursos. Otros, fácilmente encajarán con nuestra visión de vivir. Ambas enseñan lo que nos distancia y diferencia entre la empatía, la resistencia y el aceptar que cada proceso toma su tiempo de entender. Soltar procesos, y agarrarlos cuando tengamos firmeza en las manos del perdón. Cuando mi abuela terminaba de cocinar plátanos, agarraba el hilo, la aguja y un pedazo de retazo, y siempre me enseñaba que no es la costura, sino el costurero. No es la máquina, sino cómo uno sepa usarla... no es la vida, sino cómo uno sepa y goce vivirla.
De retazos en retazos es que uno recuerda quién fue. La memoria funciona más anudada cuando se hila con una emoción agradable o desagradable. Los retazos no son las sobras, son los testigos de lo que trajo el esfuerzo del proceso. Unas personas sirven de retazo como para hacer nuevas historias en la nuestra, y otras se quedan solamente como aquella que permitió tejer una parte del proyecto, pero que ya no necesitamos incorporar nuevamente.
En ciertas circunstancias de la vida nos ponemos accesorios que no necesitamos, por miedo a mostrar lo frágil de la tela personal. Y otras veces nos embellecemos con tejido más suave y liviano; lo genuino de encontrarse en la personalidad que quiere ser, y no qué o quién quiera mostrar.
Definirnos en un tipo de trazado nos da valor, pero limitarnos nos quita el valor de lo creativo que podamos llegar a ser. En el destino existencial, no hay lápices blancos que encaminen por dónde cortar, ni orillos que nos hagan focalizar el tramo; mas es uno quién va cociendo a pulso lo que la experiencia y la práctica demanda. Pensándolo desde la consciencia y la inconsciencia, somos manos con cortadas, y las prendas finales que queremos exponer ante los ojos de quien quiera vernos. La abertura deja entrever lo genuino, cuando nos dejamos abrir los hilos de la defensa y el miedo. Hay arrugas de tela, y arrugas de piel.
Al final del tejido, habrán quedados las más detalladas, enmendadas y sobre todo significativas prendas para usar; esas experiencias, emociones, situaciones, pensamientos e instantes que dejamos impregnados en otros. Porque nos usan, usamos y nos dejamos usar. Usémonos como canales y puentes, como agujas o tijeras, como hilos o como máquinas, y encontraremos que seguiremos simbólicamente, aún después de que no estemos físicamente, entretejiendo vidas humanas a lo largo de los años.
Como mi abuela, y como yo, que heredé su forma de concebir el mundo, transformamos el dolor y el sufrimiento en arte. El arte de mi escribir, es tejer historias y cocer anécdotas.
En la prenda final, cuando ya nos quede poco hilo de dónde agarrar, y poca tela qué coser, entenderemos que la vida textil ha terminado. El acabado no sólo es la muerte, sino la inmortalización del arte humano. Ya los proyectos que hicimos, van vestidos de experiencias, pensamientos, recuerdos; unos se llaman hijos, otros amigos y parejas. Cada envestidura quedará con aquél sello y corte que impregnamos en aquellos que se dejaron permear por nuestros trazos, nuestra mano y sobre todo por nuestra historia. -Abuela, aunque no te encuentres tejiendo en la tierra, siempre te veo cocer las estrellas-
Y ustedes... ¿Qué presente están tejiendo?