Photography by Nathalia Segato.
14 de abril del 2023
Confiar en el tiempo del destino, es saber que la fe es una linterna y las decisiones los pasos de la vida.
Cuando estaba empezando la primaria, mis papás me contaron un cuento. Era un cuento que no entendí al principio, y que me tomó 16 años entenderlo.
Una vez, fueron citados aquél martes por la tarde, debido a una pelea que tuve con un compañero en la mañana. Aunque no fue nada grave y sólo nos empujamos, temieron de que pudiera seguir pasando este tipo de comportamiento.
Yo estaba sentado fuera de la oficina de la directora de grupo, moviendo mis pies en el aire, ya que no alcanzaban el piso por la altura de la silla.
Por esos tiempos, me desesperaba con facilidad y me ponía nervioso cuando me mandaban al frente a leer a toda la clase. Recuerdo llorar en el baño en esas ocasiones porque se burlaban de mi incapacidad de leer. Aprendí también tarde a escribir, y ahora es lo que mejor sé hacer... ironías y maniobras del destino.
-Muchas gracias, se lo agradecemos- dice mi mamá al salir de la oficina. -No se preocupe, no volverá a suceder, hablaremos con él... ya sabe, es un niño- termina mi papá de responder y cierra la puerta. Viniendo hacia mí, mi mamá me agarra de la mano izquierda y mi papá de la derecha. Sabía que había hecho algo malo, pero no sabía qué repercusiones tendría.
Nos detenemos en la tienda, compran algo de comer y se sientan conmigo en la cancha de básquetbol. Mientras miraban a todos los niños jugar, yo tenía la cabeza agachada. Mi mamá empieza y mi papá le sigue:
-Te contaremos un cuento, hijo- dice mi mamá, prosiguiendo mi papá como algo que ya sabían ambos perfectamente. -Y pensamos que es la mejor forma de explicarte lo que pasó.
-De alguna u otra forma, cada persona tiene algo en especial. Y nosotros creemos que tú, al igual que tus hermanos, también tienen algo especial. En ocasiones, habrán otros niños, o cuando crezcas otras personas que te harán ver o sentir menos de lo que piensas- Y mientras uno decía algo, el otro seguía. -Cuando te veas en un espejo, siempre verás lo que reflejes en él- a lo que pregunto, -¿qué es reflejar?- Ambos se miran y mi papá responde: - es como cuando el espejo te imita y te ves a ti mismo en él- intrigado por la historia, asiento con la cabeza y continúan. -Una vez, había una estrella que se llamaba Lani. Y cada vez que tú veías a Lani, tenía una estrellita más pequeña al lado. Al pasar los días, la estrella que acompañaba a Lani se fue haciendo más y más pequeña. Lani no sabía qué le pasaba, y se empezó a preocupar y a sentirse sola y triste. Llegó un día en el que Lani despertó y ya no encontró a la estrella pequeña a su lado- a lo que pregunto -¿y qué le pasó, mamá?- respondiendo mi mamá -Bueno, resultó que la estrella se hizo parte de Lani y Lani empezó a brillar mucho más de lo que brillaba.
Ambos, tomándome de las manos me comenzaron a apretar. Mamá se llevó su otra mano a la cara y comenzó a llorar. Papá le acarició las manos y le dijo en voz baja, termina. -Hijo, procura que cuando veas luz, le prendas más y más hasta que te creas realmente que eres luz. No te angusties, que al igual que Lani, a veces vamos a sentir que estamos solos y que no siempre estaremos brillando del mismo tono... pero queremos que sepas que siempre tienes algo dentro; algo que llevarás en todo momento y es la luz del amor que te tienes a ti mismo, de los que te quieren y de tu familia.
Comprendí con el tiempo que el amor no tiene figura, ni color, ni olor, ni sabor. Es más, el amor siquiera se llamaría amor, porque podría llamarse de cualquier forma. Esa sensación, ese pensamiento, ese comportamiento, esa vivencia es todo. Cualquier palabra significaría esta experiencia; cualquier figura representaría, de cualquier color, oliendo a cualquier cosa y sabiendo a cualquier degustación. El amor es ese mecanismo transformador que se interpone a todos los valores humanos.
Mis papás siempre quisieron tener dos hijos, y aunque en su deseo estaba, yo nunca supe hasta después de estar en bachillerato que mi mamá había estado embarazada antes que mí, y después de mi hermano. Pese a ello, siempre trataban de evadir el tema. Se les veía incómodos cuando hablaban del tema, y preferían cambiarlo a otro. Yo no sabía por qué, ni preguntaba tampoco. Hasta que una vez mi mamá, cuando yo estaba en séptimo grado, decidió que era tiempo de contarme de mi otro hermano, Christian. Un parto con mucho amor, compañía pero también de momentos difíciles; el más esperado por ser el último.
Tras 9 meses, desafortunadamente mi hermano anterior no pudo nacer, se asfixió durante el parto. Pero, ¿Cómo soportar ese dolor y hacer ese duelo?, ¿Cómo decirle a tu otro hijo de la pérdida?, ¿Cómo afrontar por el resto de tu vida ese suceso?. ¿Cómo sanar una herida tan profunda, y continuar enmendando otras? ... bueno, al año nací yo. Mi hermana me dice que todos tuvieron miedo ese 6 de diciembre de 1997. Pero que cuando nací, todo se redujo a un aura de calma.
Que hayan o no tomado la decisión, esa fue la ruta del destino. Tomarla o no tomarla, son ambas y cada una, decisiones independientes... ambas decisiones que el destino ya sabía la respuesta y le daría una pieza más a esa edificación vital de cada existencia en particular.
Seguramente si él hubiese nacido, yo no hubiese estado aquí. Aunque como la estrella, siento que no cargo con él, sino que él y yo pareciéramos ser uno; como una compañía. Desde pequeño, tuve siempre un don de encontrarle un propósito a todo. Todo me hacía un sentido en mi vida, y aunque se lo explicaba a mis amigos, lo veían banal y decían que eran coincidencias. Es como nadar en un mar universal, recolectando cada estrella como parte de su galaxia. Como caminar en un desierto, dejándose guiar por la ilusión de encontrar un pozo de agua.
Pareciera ser que cada situación y cada persona está mediada y supeditada al merced ya del destino. La pregunta que nos lleva a reflexionar es, ¿Será acaso el destino infinito? En una atrevida, pero sobre todo segura afirmación, así parece ser. Nuestro destino se confabula con el del otro y deja una marca de pintura emocional, temporal, incluso histórica. Ese hito de cuando se rozan las vidas, se inmortalizan en una, y luego pasa a otra, y sucesivamente a muchas otras; como que somos todas las partes de todas las historias posibles habidas y por haber.
Leyendo la teoría del efecto dominó, me cautivó incluirme en esa forma de ver la vida. Siento que cuando nacemos, alguien echó a andar ese dominó y aquí estamos esperando la próxima pieza que dará pie al siguiente hito de nuestras vida.
A como lo veo, cada pieza de este rompecabezas humanístico, contiene imágenes, palabras, relaciones, momentos. Una pieza puede contener años, y otra solamente unos cuantos segundos. Y cuando menos lo esperas, en la línea final de la vida, toda tu vida encajó. Viviste ese momento porque paradójicamente tenías que vivirlo. Y si todo está premeditado, ¿para qué vivir? Se vive para experimentar la vida misma. El símbolo de lo inesperado se basa en la inefable forma de lo sorpresivo. El derrotero, la guía, el puntero que indica el camino son las decisiones que se toman; es así cómo se van encontrando y formando cada parte para encajar a nuevas formas de vida.
Recréalo con la figura que desees. Un punto que se une con una línea, un triángulo que se une con otro o un trazo que complementa la pintura. Un cubo de Rubik que le falta girar un ángulo para sintonizar lo simétrico del color en un cara, o hasta la unión de varios colores para formar uno nuevo.
Toda decisión que he tomado, me ha significado algo y me ha trazado ya una ruta; armando cada pieza a su tiempo y a su ritmo de vida. Si no me hubieran inscrito a ese colegio, nunca me hubiera peleado. Si mi papá no hubiera ido al tránsito por unos trámites de su carro y conocer a mi mamá, nunca se hubieran enamorado. Si mis papas no hubieran decidido tener hijos, no hubiéramos nacido ninguno de la familia. Si yo no hubiera conocido a mi esposa, nunca me hubiera venido a otro país. Si no hubiera trabajado en esa empresa, nunca la hubiera conocido. Si no hubiera elegido la universidad a la que fui, nunca hubiera estudiado psicología. Y si nunca hubiera estudiado psicología, probablemente nunca hubiera escrito nada. Pero como el hubiera no existe, unos le llaman destino, otros le llaman probabilidad... pero yo le sigo llamando existir.
Regresando al salón, me despedí de mis papás y se fueron de nuevo a trabajar. Cuando volví a sentarme en mi silla, todos me miraban por lo que había sucedido, hasta que de atrás alguien me toca el hombro y cuando volteo mi cabeza, es una compañera. Pasándome una estrella recortada, me pregunta, -¿Te gustan las estrellas?
En memoria de Christian Arias Betancur.
Y ustedes, ¿Cuántas piezas en su vida han encontrado y han encajado?