Watercolor paint by Boba J.
11 de septiembre del 2021
Hace miles de millones de años, lo que ahora llamamos tierra, comenzó un proceso de transformación y adaptación. Toda una invención de características biodiversas para que su medio ambiente tuviese un equilibrio y pudiese tener una longevidad en el tiempo.
Antes de que la especie humana apareciese, en la génesis de la vida, otros animales comenzaron por aportar con su vida y funcionalidad, la homeostasis de los diferentes reinos que hoy conviven. A partir de ello, y pese a la poca consciencia que brindamos a las pequeñas cosas, sabemos que en gran parte, la vida natural de este planeta, se debe a ciertos insectos que tienen como único fin, vivir y dar vida a otros; así son las abejas de miel.
Cuando tenía 5 años, mis papás me llevaron un fin de semana a compartir la vida de campo con mis abuelos. En ese tiempo, ellos vivían al norte del valle, detrás de la montaña más alta y verde.
Desde que llegué, supe que viviría una de las experiencias naturalmente más intensas, cuando me bajé del carro y tuve que caminar con mis abuelos, montaña arriba, por 20 minutos. En el cajón que toda familia tiene, donde se guardan aquellas antigüedades, alguna vez en el cándido curioseo infantil, me cautivó un dibujo de lo que parecía ser un insecto. El dibujo estaba en acuarela, se veía borroso por el tiempo que llevaba encima. Una manchita negra con líneas amarillas, unas alas muy grandes, como largas sus patas también. Por detrás tenía una pequeña dedicatoria, pero no fue sino hasta después de otros 4 años más, cuando aprendí a leer y supe qué decía.
Una vez llegados a la cabaña, saqué de mi mochila el dibujo que había doblado cuidadosamente en 2 partes. "Abuelo, ¿Quién escribió esto?" - luego de terminar de abrirlo, y señalándole las apenas visibles letras. "Debes mirar más allá de las letras y los colores, hijo; lo que esconde el dibujo, es lo que más te va a gustar".
Alguna vez, en la finca de mis abuelos, me picó una abeja. Me dolió tanto, que estuve llorando por 1 hora entera. Mi abuelo vivía de la apicultura. Recuerdo que tenía como 4 o 5 colmenas en unas cajas blancas. Siempre me decía que tenía que respetar y cuidar de cualquier vida, por más pequeña o grande que fuese.
Entre tanto, agarró el papel, y mientras nos sentábamos en el pasto, empezó a contar la historia de las abejas.
Don Marleciano, un hombre que llegó a su casa cuando tenía 23 años, desinteresadamente le enseñó todo lo que se debía de saber de apicultura a mi abuelo. A parte de tener muchos años de experiencia con estos animales, también le gustaba pintarlos.
Le explicó que las abejas ayudan a todo un ecosistema con el simple hecho de creer en su propósito. Le mencionó que estas inteligentes constructoras, creían durante todo su vida en el propósito y valor de su trabajo dentro de todas las vidas que enlazaban. Decisivas, todos los días van de planta en planta, de flor en flor, buscando alimento para llevar a su colmena. Sin embargo, hay algo de lo que no se dan cuenta, y es que en sus patas y en todo su peludo cuerpo, albergan cientos de partículas de polen, que ayudarán en cada travesía floral, a continuar el transcurso de la vida de otros. Así es cómo la naturaleza se conecta holísticamente con toda vida. Así es cómo los humanos nos conectamos con las vidas que tocamos y atravesamos día a día.
Como las abejas, los humanos no nos percatamos de varias realidades que suceden simultáneamente en nuestra existencia. A cuántas vidas afectamos en buen medida a partir de una enseñanza o lección. Emular un buen acto, repetir los sabios consejos o reaprender el sentido de nuestra vida a partir de otros. Si la miel no caduca, una enseñanza de vida tampoco.
En ocasiones ni nos damos cuenta de la responsabilidad que llevamos con nosotros mismos, e incluso, del propósito de vida que traemos consigo. Una vez conocemos la guía o el derrotero de nuestro destino, empezaremos a transformar nuevas rutas de intercambio afectivo. Creer insaciablemente y darle valor a nuestras virtudes, como también en lo que pensamos y hacemos, es probablemente el acto más valeroso de lo que se verá reflejado naturalmente, en el néctar del éxito y la gratitud en otros.
Esa responsabilidad de vivir, de lo que luego dará respuesta al servir, es aquella enseñanza que se le da a un hijo, ese valor de la sinceridad en una relación de pareja, aquél consejo que aplicamos de un maestro, la escucha de un amigo, una palabra reconfortante, o la compañía en medio de la soledad. Y así, como cualquier cosa que se les ocurra, es el polen que han sido depositado en ustedes, y ustedes, transmitido a otros.
Y si todo ha de tener un propósito, de seguro que también ustedes han de tener uno... o muchos.
"Don Leucéo, espero que haya encontrado el propósito de servir y ayudar a los demás, como ellas me lo enseñaron alguna vez a mí" - Termino de leer, antes de colgar el cuadro de la pintura, en la sala de mis abuelos.
Hay quienes dicen que Don Marleciano siguió viviendo 50 años más. Otros dicen que un abejorro lo picó y murió de la infección. Algunos aseguran que construyó una cabaña en forma de panal al otro lado de la montaña, y de allí nunca salió. Pero otros muchos sostienen la teoría de que fue el fundador de la empresa de apicultura más grande del nordeste de la ciudad. Aunque, a decir verdad, pienso que todos somos Don Marleciano.
Y ustedes... ¿Se habían dado cuenta de lo importante que son para otros, y ni lo sabían?