Existe una mina a la que todos vamos cuando nacemos. De hecho, nacemos en ella; pero no nos damos cuenta de su riqueza hasta que pensamos que la hemos perdido.
Esta no tiene pinta oscura o de color. Más bien es transparente. Le han llamado de muchos nombres, y hasta le han puesto un único dueño. Pero no es de nadie, porque es de todos.
No tiene una única dirección, porque a medida que se avanza, va tomando muchos caminos. Vamos en busca de la piedra más preciosa, del material más llamativo. Minerales de todos los colores o lo que tenga más valor.
Somos mineros escarbando la existencia con el pico de la vida, sustrayendo de esta la motivación de cada día. La linterna son los propósitos y el camino lo vamos haciendo con los pies de los minutos. El pasado son las rocas quebradas, el presente lo que recolectamos y el futuro es el carril de la vejez.
La riqueza está en cada acción, en cada experiencia y en cada nuevo túnel que se abre. Una vez nacidos, no hay vuelta atrás. No podemos desvivirnos, porque ya lo vivimos; hemos minado las purezas de vivir y nuestra recompensa es verla a los ojos y que nos respire en la nuca. Pero, ¿y la muerte? … esa es solo otra mina que recorreremos algún día.
La prudencia del tiempo es, que si no te muestra algo, te lo enseña después en el recorrido. Ser realista es diferente a ser negativista; realidad es conocer las posibilidades, y negativismo es solo creer en una. En la mina se vive o se sobrevive... depende de cómo percibas el carbón y la piedra.
El mineral es la vida y la mina la existencia. No hay forma de regresarnos a no vivirla o no entrar en ella. Es un derecho ser mineros de vida, pero es más un privilegio encontrarle el sentido a bajar y subir... adentrarnos más y más, y saber que ese es nuestro viaje sin regreso. El sentido de entrar no es salir, sino experimentar la voluntad que nos da el camino.