El beso se forma desde múltiples vías. A veces se forma a partir de un concepto, y otras veces la sensación y el describirlo, le dotan de un nombre y un significado.
Por eso para mí la mejor forma de entenderlos ha sido estudiarlos desde el empirismo; dándolos, recibiéndolos e imaginándolos.
El mundo relacional se dividió cuando empezamos a darle un uso a los labios con otros fines que no fuesen solo el de alimentarnos. Fue así cómo supe que también podemos ser perversos con los medios, y no solo pensando en el fin.
Hay besos de besos. Están los que se suplican, o los que uno guarda. Los que vienen con dedicatoria, y los que son falsos e hipócritas. Aquellos que no necesitan introducción, y otros que merecen una explicación. Hay besos que uno se arrepiente, y están los que se dieron sin esperar nada a cambio.
Están los que se dan con miedo, y los que se dan con valentía. Los que se imaginan, y los que se cumplen. Los robados. Los que no se piden. Los inesperados y los que se esperan. Los que dan esperanza y los que la quitan.
Hay unos que se ven a los ojos, y otros que son ciegos. Existen los besos a color; esos que combinan la pintura del roce y el tacto, y otros grises y negros que se ocultan y no pretenden ser mostrados.
Están aquellos besos rasposos y los otros que son suaves. Los que saben dulces, los amargos y los ácidos. Los de bienvenida, los de despedida, y los más desesperantes, los intermitentes. Los que no se dejan intimidar y se hacen en público, y están estos otros que se devoran y se disfrutan más en la intimidad de lo privado.
Hay que besos que mientras unos tienen una intención, otros se hacen desinteresadamente. Están los que se regalan, los que se debían con cuentas pendientes, o los que se cuentan con cada encuentro. Los habituales, y los periódicos.
También los incontables, los amables, los agresivos y los que se muerden y se chupan entre sí. Los besos tímidos y los irreverentes. Los limpios y los sucios. Están los que se van con el tiempo y los primeros que nunca se olvidan. Los que apenas se tocan, los que se amalgaman con la lengua y aquellos que al final dejan los labios sensibles y rojos.
He sentido y escuchado los besos que suenan. También los que son silenciosos. Están los que se necesitan, y los que ya no. Los que quitan el orgullo, los que reconcilian y los que nunca se dieron. Hay unos que vienen con una sonrisa, y otros con una lágrima.
Están los que se dan de pie y los que se reciben acostados. Los que se dan sentados o cocinando. Los de la ducha, los de la sala y los del baño. Los fotogénicos que quedan en la imagen, y estos otros que no dejan evidencia de la escena. Los que se dan de frente, los que se dan de espaldas. Aquellos que se sienten como una caricia, y otros que dan un golpe de realidad.
Los fieles y los ajenos. Los besos de autoría con firma propia, y los que se imitan del reflejo de otros y otras. Siempre están estos besos que piden perdón, y los que reafirman la herida. Están los que dejan marcas y los invisibles.
Probé los besos intercambiables; estos en los que entregabas una sensación y te devolvían otra. Los besos que vienen acobijados por olores que te transportan a vivencias de antaño, y los que huelen a oportunidad. Hay unos que particularmente revolucionan, y otros que son los tachados.
Los que abren y los que cierran. Hay besos que erizan, y otros que hacen temblar. Me he movido en los besos que arropan, y los que desvisten. Los que le pertenecen a un lugar, y los que no tienen título.
Hay besos ebrios. De esos que te marean y nublan la vista. Que te hacen querer más y más, a pesar de que en la mañana te corte el cuerpo por la intoxicación de amor. También están los que duran y los que se acaban rápido.
He interiorizado los besos húmedos. Se siente lluvia en el corazón, pero calor en el pecho. Les acompañan labios humectados con saliva y sin pudor. Pero también los secos que pretenden asimilarse con el tiempo. Los besos de cortesía y los atrevidos. Los de respeto en la frente, y los cariñosos en la mano.
Conozco los que inspiran y los que hacen lamentar. Los que dan vida y los que la quitan. El beso al nacer, y el beso al morir. Los besos con música y los musicales; esos que tienen notas que te suben, te mantienen y te bajan.
Similares a los últimos, los que te aceleran los latidos, y los que te los regulan. Los besos que te aturden y los que te hacen callar. Están los besos de infancia, los de adolescencia y los de adultez. Los inocentes y los corrompidos.
Por un lado, los besos acalorados. Son de estos que calientan la sangre y nos provocan “promesas” por la temperatura corporal. Otros, los fríos. Enfrían el sabor del gusto, llanos, insípidos y normalmente son la antesala del olvido.
Hay besos que saben a cansancio. Suelen ser toscos y sin sentido. Existen los voluntarios e involuntarios. Lo único que los diferencia es el misterio de si gustarán después. Unos que saben a insistencia, otros a logro, y están los que saben a pecado. Los universales que la mayoría conoce, y los que tienen el propósito de dirigirse a una zona del cuerpo.
Pero yo… yo prefiero los tuyos.