Lo que diferencia la sombra del reflejo, es que la sombra muestra una figura, y el reflejo la interpreta.
Hay una casa que todos habitamos. Nacemos con ella, vivimos en ella y morimos en ella. Algunos suelen rentarla a otras personas, otros viven en soledad y hay otros que reciben visitantes; pero nunca existirá otro dueño.
Los humanos, como historiadores innatos que siempre hemos sido, la hemos ido conquistando y descubriendo poco a poco. La estudiamos, la construimos, la deconstruimos. La separamos, la unimos, y la volvemos a separar. Le damos un montón de nombres y le atribuimos un montón de razones.
Pero en algún punto hicimos consciencia de algo. La parte faltante, la pieza que unía teorías e hipótesis. El parteaguas, el nuevo mundo. "Para conocerse, primero hay que estudiarse de adentro hacia afuera, y no de afuera hacia dentro".
Definir una casa, tal parece que se puede tratar desde muchos aspectos. Sus colores, su estructura, lo que resguarda, sus historias o su material. Sin embargo, cada casa es enteramente diferente. Pese a que fuese exactamente igual, el inquilino siempre le hará verse diferente.
Entonces, la pregunta es ¿por qué hemos estado definiendo algo que seguimos conociendo? Nombrar algo es diferente a definirlo. La mente es el universo que aparenta ser descubierto, pero que gran parte de ella aún es virgen.
¡Sí, estamos hablando de "la gran psiquis"!
"El alma" para los griegos, "La parte cognitiva" para los puristas. "El ser", "La identidad" y "La génesis de las ideas" para los filósofos. La considerada "Consciencia e inconsciencia". "El intelecto" para la ciencia y "La musa creativa" para el poeta.
En ocasiones permitimos que otros la destruyan y a veces somos nosotros mismos quienes la destruimos por partes. Luego la reparamos, luego la volvemos a dañar, y luego ya comprendemos que al tiempo de conocerla lo suficiente, menos daño nos y le haremos.
La primera vez que sentí en mi mente a un vecino extraño, fue cuando lloré hasta quedarme dormido. Me sentí débil, inútil. Frágil y sobre todo vulnerable.
Fue comprensible el rechazo que le tuve. Negué ser ese e intenté ser otro. Con las experiencias lo supe, nos enervamos cuando a primera instancia no nos reconocemos en estos vecinos. Son desconocidos porque siempre traen algo nuevo; pero una vez que los aceptas, se unen a ti.
Sueles identificarlos cuando traen consigo una nueva experiencia a tu casa. Algo que nunca habías vivido, ni sentido. Unos traen salud, otros la quitan. Otros no se reconocen, y otros apenas se están conociendo. Unos vienen heridos, y otros ya sanos. Unos son temporales y otros permanentes. De vecinos, pasan a inquilinos. Unos regresan y otros ya no vuelven.
Algunas veces los repudiamos y otras veces generan confianza una vez dentro. Después del primero, comenzaron a llegar a lo largo de mi vida decenas de ellos. Todos al principio sombras, no se dejaban entrever mucho.
A veces llegaban de a uno, y otras veces llegaban en grupos. El que se reía a carcajadas, el que se agobiaba cuando no le salían bien las cosas. El que se lamentaba por lo que no sucedió, y el que agradecía todo lo que le pasó. El que gritó cuando se enojó, y el que se arriesgó con miedo.
Todos estos vecinos que llegan a habitarnos son sombras. Cuando decidimos hospedarlos y reconocerlos como lo que son, toman la forma del reflejo. Son nuestras múltiples formas de ser y no ser.
Lo más genuino y saludable es interiorizar estos vecinos. Acogerlos primero a todos; aprender lo que vienen a enseñarte y luego, en el equilibrio del ser, decidir a quién dejar ir y quién compartirá contigo tu hogar.
Eso sí, los que no se queden seguirán siendo vecinos y vivirán en tus otros yo. En cuanto a todos los demás, pasaran a ser solo visitantes.
Al final, y después de mucho tiempo de conocerlos, me di cuenta que al hablar realmente con ellos, se les desvanecía su sombra y aparecía mi reflejo. Todos ellos eran yo, y yo era todo ellos.
Los vecinos e inquilinos indefectiblemente somos nosotros mismos. A lo largo de la vida seremos muchos, y no seremos muchos también. Recibiremos a montones de nosotros mismos y al final nos vamos a ir quedando con los que siempre nos han acompañado. No es la cantidad de la compañía, sino la cualidad de ella.
Mi primer vecino, esa figura negra que comenzó siendo más sombra que reflejo, pasó a ser uno de mis inquilinos más importantes. Aún vive conmigo y cada vez que hablo con él, me enseña y me hace experimentar sensaciones diferentes. Claro que sigue llorando, claro que seguimos llorando; pero ahora, le hizo darme un sentido de consuelo y reparación al llanto.