En algún momento, en una idea muy lejana de la que concebimos, y en un tiempo que ya no recordamos, un arquitecto quiso esparcirse por el mundo, dejando pedazos y partes en cada ser que creaba.
Hastiado de dibujar, trazar y plasmar siempre lo mismo, propuso que su último trabajo sería crear algo vivo.
Después de haber originado muchas creaciones e intentos frustrados, creó algo que pudiese recordarle a sí mismo cuando ya no estuviese. Lo hizo tomando todo lo que veía y sentía; en aquel momento, únicamente su personalidad y los otros seres que había moldeado.
Para que se pudiera adaptar más fácil a la existencia, decidió darle el mayor de los recursos que el arquitecto tenía... controlar el tiempo. Le otorgó su poder a través de sus ojos, y arrancándoselos de su anciana figura, le dio a este ser en el ojo izquierdo la oportunidad de verse en el futuro, y en el ojo derecho, la habilidad de mover su pasado.
Al percatarse del inmenso poder que le había dado al ser, y poder manipular su existencia al antojo de los deseos y los impulsos, decidió esconderle sus poderes y dejar que encontrara la razón del curso natural que debe seguir el tiempo.
Así pues, y reflexionando acerca de la existencia de su creación, optó por dejar en ambos ojos la posibilidad de ver un tiempo único, la realidad de su vida... un tiempo y espacio en el presente.
El poder de ver el pasado, lo transformó y lo puso en los recuerdos y en memorias.
El poder de ver el futuro, lo modificó y lo alojó en los sueños; con destellos y poca oportunidad de retenerlo con lucidez hasta que se cumpliese.
Se cree que el arquitecto murió tiempo después. Otros creen que se disfrazó de sonidos, pero muchos otros sostienen la creencia que se desplomó, y comenzó vivir en cada partícula del universo que respiramos para estar más cerca de nosotros.